Petro no es un demócrata. Si lo fuera, aceptaría de mejor gana sus victorias parciales, que son las únicas que hay en una democracia. La reforma laboral, por ejemplo, resucitada por el Senado como alternativa a la consulta popular que buscaba el Presidente, no dejará a nadie satisfecho, pues nadie obtendrá todo lo que quiere. Sin embargo, de eso se trata la democracia en una sociedad plural: de hallar soluciones a mitad de camino entre los múltiples puntos de vista que existen.
Pero Petro, bajo el influjo de una megalomanía que raya en lo cómico, se considera a sí mismo la encarnación del pueblo, como si el pueblo tuviera una voluntad unívoca que solo él sabe interpretar. Por eso no es un demócrata: no puede serlo si la única verdad es la suya, así él crea –equivocada, delirantemente– que habla por toda la sociedad.
Su porfía en decretar la consulta negada por el Senado es una muestra más de ese talante autoritario. Él y los suyos dirán que no es antidemocrático quien llama al pueblo a expresarse. Pero, convenientemente, olvidan que el Congreso también es una expresión del pueblo, como lo son los 11,1 millones de personas que no votaron por Petro en la segunda vuelta y el sesenta por ciento de colombianos que desaprueban su gestión, y la mayoría silenciosa que supera por cuatro órdenes de magnitud la rala asistencia a sus convocatorias.
La consulta popular por decreto es parte de un proceso cuyo fin verdadero es rehacer el EstadoLa consulta popular por decreto es parte de un proceso cuyo fin verdadero es rehacer el Estado
Thierry WaysEMPRESARIO E INGENIERO
El decreto sería una vuelta de tuerca peligrosa, que pone al país al borde de una crisis constitucional. ¿Con qué fin? A Petro no le importa que le tumben nuevamente la consulta. Por el contrario, cuando eso suceda, se victimizará aduciendo que el Congreso y las cortes están confabulados en su contra: contra ‘el pueblo’. Tampoco le importa si lo acusan de prevaricar. Responderá que ‘el pueblo’ está por encima de las normas, como ha dicho varias veces. Y no le importa si lo destituyen, cosa que no va a ocurrir. Ese sería el premio gordo, la excusa anhelada para saltarse todas las talanqueras y llamar a una revolución. No sería la primera vez que los tópicos de la democracia se usen para barnizar el proceso de desmantelarla.
No: su intención no es hacer una reforma, cualquiera que sea, sino promover la narrativa de que las instituciones del país están estructuralmente opuestas al ‘cambio’: al cambio como él lo entiende. Por eso es necesario salir de ellas y construir un Estado nuevo, a su gusto. “Cuando las instituciones van contra el pueblo... las instituciones se van”, dijo esta semana, no por primera vez. Desovillemos el mensaje. Como él es el representante del pueblo, la frase se puede leer así: “Cuando las instituciones van contra Petro, las instituciones se van”.
Ganar las elecciones del 26, infortunadamente, no anula ese proceso, pues el estado de agitación permanente que alienta el petrismo funciona tanto mejor desde la oposición que desde el poder. Eso explica el absurdo de que el Gobierno, desesperado por tener un gobierno al que atacar, se haga oposición a sí mismo, como esta semana, cuando el Presidente ordenó que se demandara su propio presupuesto por inconstitucional.
Pero de todas formas hay que derrotarlos. Lo peor que le puede pasar a Colombia es que consigan cuatro años más para continuar el desmantelamiento institucional. Da igual que lo hagan con un candidato de hoz y martillo o con uno de navaja suiza: esos políticos versátiles que se adaptan tácticamente a cualquier escenario, como el exembajador de Petro Roy Barreras, quien promueve un ‘frente amplio’, anclado en la centroizquierda, para conservar la presidencia. Es un señuelo: el frente amplio es petrismo en cápsulas recubiertas para reducir la irritación gástrica.
Si se salen con las suyas, cambiarán las reglas de juego para concentrar aún más poder. Y ahí sí, sayonara, democracia.
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