Luego de la segunda vuelta de 2022, el país observó el caso del presidente electo Petro como uno de los fenómenos electorales más contundentes de las últimas décadas. Elegido con más de 11 millones de votos y con una coalición que sumaba mayorías amplias en el Senado y la Cámara, el nuevo presidente parecía ser un líder imparable. Sin embargo, el mito de Petro como un político estratégico y audaz rápidamente se vio opacado, no por cuenta de los triunfos de una desarticulada oposición, sino por los propios rasgos de su liderazgo impulsivo.
Esta semana, un grupo de partidos de todo el espectro político emitió un comunicado conjunto en rechazo a la decisión presidencial de convocar a una consulta popular a partir de un decreto. Tres de las organizaciones firmantes habían empezado el periodo legislativo como integrantes de la coalición del Gobierno en el Congreso y apoyaron varios proyectos decisivos de su agenda. Sin embargo, la furia del Presidente y el radicalismo de muchas de sus propuestas lentamente los alejaron, mientras el apoyo al Gobierno rápidamente se vio afectado en todos los campos de medición. El paso de haber obtenido 11 millones de votos a registrar una aprobación ciudadana cercana al 30 % en menos de dos años es un sacrificio inexplicable, y más si se tiene en cuenta que el capital político y la popularidad no se perdieron a cambio del trámite de reformas, sino por la permanente vocación divisiva de la istración.
Los más destacados estadistas a lo largo de la historia de nuestro país han protegido con cálculos cuidadosos su capital político para el trámite de reformas y el cumplimiento de sus promesas. Este frente, que suele ser manejado de manera estratégica por todos los gobiernos, ha sido uno de los más frustrantes y con menos resultados para el petrismo. En busca de mejores relaciones con el Congreso, el Presidente ha nombrado cuatro ministros del Interior en menos de tres años, pero no ha entendido que gran parte de las dificultades radican en su propia retórica y en sus beligerantes pronunciamientos. Durante la elección de 2022, el candidato Petro había logrado el valiosísimo apoyo de muchos sectores del centro, la academia, la opinión pública, organizaciones sociales y ambientales, y de tres partidos tradicionales que fueron determinantes para la votación que lo llevó al poder. Desde la soberbia, el Presidente sigue insistiendo en que el apoyo que obtuvo se debe a su interpretación del deseo de “el pueblo” y ha dedicado extensas horas a pelear, a veces con gravísimos agravios, con cada uno de esos sectores que fueron definitivos para su elección.
El Presidente ha dedicado todo su gobierno a perder aliados, muchas veces por la terquedad de sus pronunciamientos.
Proteger sus más valiosas alianzas y apoyos en ningún momento ha sido una de las prioridades de Petro, lo que dibuja una presidencia de aislamiento y soledad. Ningún gran reformista –como Petro ha pretendido pasar a la historia– podría cambiar el futuro de su nación desde un encierro tan terco y destructivo, y definitivamente no es suficiente llenar las redes de mensajes y las plazas de discursos para transformar el destino de un país. El Presidente ha dedicado todo su gobierno, tal como lo hizo en su paso por la Alcaldía de Bogotá, a lentamente perder aliados valiosos, muchas veces por cuenta de la terquedad de sus pronunciamientos, y a su vez no ha sumado ningún nuevo apoyo valioso en años.
A lo largo de la última década ha tomado forma el mito de que Petro es un gran político, pero la realidad de la nación muestra lo contrario: que un dirigente escoja perder tanto a cambio de lograr tan poco es la prueba de un mal liderazgo. Aunque en la plaza pública Petro sea un talentoso charlatán –mas no un orador estructurado–, en la istración y la ejecución ha sido un pésimo gobernante, y en el manejo de sus relaciones con partidos y sectores de interés demuestra ser un muy mal político, impulsivo, desordenado y poco calculador. En este último sentido, Colombia ha conocido una de las grandes ironías que durante décadas definirá esta presidencia: lejos de ser un líder capaz de llegar a acuerdos con sectores de la política tradicional, su mandato terminó siendo preso de varios sectores ajenos a la izquierda que han manejado el poder y, de una misteriosa manera, han controlado al Gobierno.
El país ha sido testigo del ocaso del mito de Petro como un gran político. El Presidente, consciente de cada una de sus frustraciones y de todos los proyectos que fue incapaz de realizar, ha decidido amenazar con una carta final de desesperación y desgaste: la del incendio y el caos. Es hora de que los colombianos entendamos que Petro no es dueño de las mayorías ni intérprete único de la voluntad popular, y que la ciudadanía no está a la espera de salir a paralizar la nación cada vez que, desde sus caprichos, él lo ordene. Como país, solo podremos salir de este capítulo oscuro cuando le perdamos el miedo a enfrentar, desde la institucionalidad y la democracia la retórica violenta e intimidante del Presidente.
@fernandoposada_
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