Hegel, entre 1832 y 1838, en sus Lecciones de estética, anuncia el fin del arte como una fase necesaria para el autoconocimiento y afirma que la filosofía es una forma superior al arte y la religión.
Nietzsche, en 1882, en su libro La gaya ciencia, declara la muerte de Dios ante los avances de la ciencia y de la Ilustración y la pérdida de influencia de la religión.
En 1964, Heidegger publica El final de la filosofía y la tarea de pensar, predice el advenimiento de la cibernética como una forma superior para explicar el mundo.
Más radical, el punk declara el no futuro en los 70.
En 1992, poco después de la caída del muro de Berlín, Francis Fukuyama anuncia el fin de la historia y el triunfo de la democracia liberal y el capitalismo como modelo mundial.
Como consecuencia del concepto de tiempo lineal judeocristiano, la idea de progreso se ha consolidado como el gran mito de la modernidad, llevándonos finalmente al determinismo tecnológico del Antropoceno.
Si aún queda algo de humanidad, en las márgenes, seguirán vivos el pensamiento, el espíritu y el arte.
El dataísmo se convierte en una especie de nueva religión, los gurús de la IA y la tecnología prometen un nuevo paraíso, mientras nuestra voracidad de dominio sobre la naturaleza y su proyecto tecnoextractivista nos ha llevado a una crisis climática y civilizatoria inédita. En este contexto abundan los delirantes líderes mesiánicos y los nuevos profetas apocalípticos.
Sin nostalgias por el pasado pero conociendo la historia, Yuk Hui explora nuevas perspectivas para una relación más ética entre naturaleza, tecnología y vida humana. Desarrolla los conceptos de tecnodiversidad y cosmotécnia y abre otros caminos más allá de la razón económica para evitar la singularidad tecnológica homogenizante. No podemos resignarnos a ser basureros tecnológicos o colonias de datos sin tecnologías propias que respeten nuestra diversidad biológica y cultural. ¿Será posible? ¿Podremos mantener a raya los algoritmos sesgados que controlan el mundo?
Recientemente Michael Onfray nos habla del advenimiento del alma digital ante la muerte del alma humana, y Joscha Bach nos alerta: "La humanidad ya está muerta".
El fin del mundo para muchos pueblos originarios comenzó en 1492, pero perviven a pesar de que el 'progreso' parecía haberlos condenado a la extinción.
La vida se encargará de desmentir el fin de todo. Si aún queda algo de humanidad, en las márgenes, seguirán vivos el pensamiento, el espíritu y el arte.