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Noticia

Museo Nacional abre la sala 'Fuerza, fe y sustancia', una inmersión en las creencias sagradas colombianas

Será permanente y está concebida como parte del ambicioso proceso de renovación integral del museo.

nueva expo

Al fondo se puede apreciar un columbario que hace referencia a la obra de Beatriz Gónzalez 'Auras Anónimas'.  Foto: Cortesía Museo Nacional.

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A través de un recorrido inmersivo que atraviesa luces y sombras, rituales y objetos cotidianos, voces ancestrales y expresiones contemporáneas, el Museo Nacional de Colombia presenta su nueva sala permanente nombrada 'Fuerza, fe y sustancia: Mixturas y tensiones de lo sagrado en Colombia'.
Concebida como parte del ambicioso proceso de renovación integral del museo, esta exposición es mucho más que una colección de objetos: es una experiencia sensorial, crítica y profundamente humana que retrata las múltiples formas en que los colombianos, desde tiempos inmemoriales hasta hoy, buscan y encarnan lo sagrado.
Natalia Sofía Angarita, curadora de la exposición y antropóloga del equipo de arqueología del museo, explica que esta es la penúltima sala que se abre en el marco del proyecto iniciado en 2010. Anterior a esta, la última exposición que se abrió al público fue 'Ser y Hacer' en octubre del 2021. 
El objetivo, dice, fue transformar la narrativa museográfica tradicional, donde los mundos indígena, colonial y republicano estaban separados por pisos, para entretejer las cuatro grandes colecciones del museo (arqueología, etnografía, historia y arte) en torno a temas transversales que hablen del país.
“El tema de esta sala es lo sagrado en Colombia”, afirma Angarita. Pero lo sagrado, en este contexto, no es sinónimo de religión institucionalizada. Es, más bien, una exploración de las formas múltiples, contradictorias y vivas en que las personas se relacionan con lo trascendente, con lo invisible, con aquello que da sentido.

Una arquitectura simbólica: luz, oscuridad y centro

La exposición se organiza en tres grandes alas, aprovechando la arquitectura del antiguo panóptico donde se ubica el museo. La primera ala está dedicada a lo luminoso; la segunda, a la oscuridad; y en el centro, un espacio que conecta el arriba y el abajo, el cielo y el inframundo. 
Cada ala está subdividida en nodos temáticos que dialogan entre sí mediante contrastes conceptuales. Así, en el lado de la luz están el goce, la virtud, el milagro y la agencia. En la oscuridad, sus opuestos o complementarios: el dolor, el defecto, la condena y la imposición. Entre ambos extremos, el 'Árbol de la Vida' y el 'Trabajo Ritual' actúan como símbolos de cohesión y tránsito.
“Queríamos mostrar que esas dualidades no son absolutas. Lo luminoso no existe sin lo oscuro, y viceversa”, señala Angarita. “Hay mezclas, tensiones, contradicciones. Eso es lo sagrado en Colombia”.

Goce, abundancia y sincretismo popular

El recorrido comienza con el nodo del goce, una celebración de la abundancia, la fiesta y la vitalidad. Allí conviven videos de carnavales y danzas tradicionales con objetos que invocan la prosperidad desde distintas ópticas: una corona yoruba, granos usados en rituales decembrinos, castillos campesinos nariñenses decorados con frutas y a, y hasta figuras de San Próspero.
DIABLO DE RIOSUCIO

Escultura a escala alusiva al Carnaval de Riosucio, prestada por los artesanos del municipio. Foto:Cortesía Museo Nacional.

“Este es un gran ejemplo de cómo lo sagrado se mezcla. Aunque tú practiques una religión y yo otra, ambos podemos tener rituales para atraer la abundancia”, explica la curadora.
El sincretismo atraviesa toda la sala. No hay secciones exclusivas para católicos, indígenas o afrocolombianos: todo se entrelaza. “No podíamos encasillar un tema tan complejo en espacios cerrados. Teníamos que mostrar las mezclas y tensiones”.
Una de las apuestas más fuertes de la exposición es su construcción colectiva. Participaron artistas contemporáneos como Ernesto Restrepo (autor de unas papas hiperrealistas) y Carlos Marín Limón Roy, pero también 32 comunidades y colectivos de todo el país.
“Invitamos al Carnaval de Riosucio, al colectivo Miradas a Buenaventura, a comunidades afro, indígenas, campesinas, religiosas. Esta no es solo una curaduría de expertos. Es una curaduría extendida”, dice Angarita.
Cada colectivo aportó desde su vivencia y práctica. Por ejemplo, el altar a San Pacho (Patrono de Quibdó) se muestra en clave de goce, mientras que San Francisco de Asís aparece en el ala del dolor. Es el mismo santo, resignificado según las experiencias que lo invocan.

Virtud, milagro y agencia: más allá del dogma

En el nodo de la virtud se presentan ciudades utópicas como el barrio Minuto de Dios, asentamientos hippies y comunidades indígenas que han imaginado su propio orden espiritual.
El milagro, por su parte, se aborda desde múltiples confesionalidades: judía, musulmana, católica, indígena. Se exhiben biblias en lenguas nativas, amuletos, medallas, y hasta un espacio interactivo donde los visitantes pueden dejar un deseo o hacer una petición.
La agencia, uno de los conceptos más potentes de la muestra, se refiere a la capacidad de las comunidades para transformar su realidad. 
Corona indígena

Corona de la comunidad kamentsa (carnaval del perdón) junto a una foto de Jesús Abad Colorado. Foto:Ángela Páez.

Se muestra el carnaval del perdón en Putumayo, el ritual mortuorio a la estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada hecho por los muiscas, y una pintura colectiva de Buenaventura que narra la historia espiritual del puerto pacífico. 

Del dolor al defecto: lo oscuro también es sagrado

En el ala de la oscuridad se encuentran temas que suelen evitarse o condenarse: el dolor, la condena, el defecto, la imposición. Pero aquí se resignifican.
La menstruación, por ejemplo, aparece como un “defecto” que ha sido históricamente estigmatizado y que ahora se replantea dentro de la religión. 
Las religiones de matriz africana, condenadas por siglos, son reivindicadas mediante obras como la de Joyce Rivas, quien recrea los conjuros de las mujeres africanas esclavizadas.
La condena también se aborda desde la cultura popular con afiches de brujería, facturas vencidas, frases como “siempre faltan cinco centavos para el peso”.  
Otra de experiencias inmersivas creadas para público puede crear su propio jabón para "limpiar" esos malestares: amor, salud, trabajo, dinero.
Uno de los espacios más críticos es el de la imposición, que reflexiona sobre cómo religión y política han operado juntas para ejercer control. 
Allí, se muestran sillas de la toma del Palacio de Justicia, obras de Botero y Cristian Quiseno sobre líderes asesinados, y una fuerte presencia de la iconografía colonial.
Un ejemplo controvertido es una figura de San Miguel Arcángel pisando a un diablo representado como una persona negra. “Eso generó discusiones en el pilotaje de la exposición”, explica Angarita. 
San miguel

Imagen de San Miguel Arcángel. Foto:Cortesía Museo Nacional.

Algunas personas lo vieron como una reafirmación del racismo; otras, como una ofensa al santo. Pero la intención es problematizar: mostrar cómo esa iconografía fue usada para imponer. 

El árbol de la vida: metáfora de unidad

En el espacio central, que articula las alas de la luz y la oscuridad, se alza la instalación del 'Árbol de la Vida', una escultura de 1.3 toneladas hecha con directorios telefónicos reciclados, obra del artista Miler Lagos.
Este árbol sintetiza la propuesta de la exposición: un símbolo que aparece en múltiples tradiciones y que conecta el cielo y la tierra, lo visible y lo invisible, lo humano y lo divino.
árbol de la vida

Obra 'Árbol de la vida' del artista Miler Lagos. Foto:Cortesía Museo Nacional.

Junto a él, se puede ver el espacio del trabajo ritual muestra las sustancias de conocimiento empleadas en rituales ancestrales y contemporáneos: el yagé, el biche, el maíz, las hojas de coca, el vino, el poporo. Todo dispuesto en una espiral, otra metáfora que se repite en danzas, tejidos, pensamientos y cosmologías.

Una apuesta crítica, abierta y transformadora

La exposición no pretende adoctrinar ni agradar a todos. Su fuerza reside en la invitación a reflexionar, discutir, cuestionar, a veces incluso incomodar. 
“Hay personas que vendrán a ver solo temas de mujeres, o solo de religiones afro, o que vendrán buscando consuelo. Y está bien. La sala está hecha para recorrerla con un mediador o de forma autónoma”, comenta Angarita.
Lo que la exposición propone es que lo sagrado no es exclusivo de lo religioso, ni propiedad de una sola tradición. Está en el gesto, en el dolor, en el perdón, en el duelo, en el milagro cotidiano, en las contradicciones. 
Además, reconoce que Colombia es un país atravesado por tantas creencias y sincretismos, que en la sala se agrupan para mostrar que entre las diferencias también hay puntos de encuentro. 
“Si no es el museo el espacio para estas discusiones, ¿entonces cuál?”, se pregunta Angarita. 
La respuesta está en los cientos de objetos, sonidos, imágenes y silencios que conforman esta sala. En cada uno de ellos late una pregunta por lo sagrado, pero también por lo político, lo popular, lo íntimo, lo comunitario.
Porque finalmente, esta no es solo una exposición sobre lo sagrado. Es una exposición sobre nosotros, sobre el país.
ÁNGELA MARÍA PÁEZ RODRÍGUEZ - ESCUELA DE PERIODISMO MULTIMEDIA EL TIEMPO. 

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