En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información aquí

Suscríbete
Disfruta de los beneficios de El Tiempo
SUSCRÍBETE CLUB VIVAMOS

¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo [email protected] no ha sido verificado. Verificar Correo

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión

Cartas a esos familiares que se fueron a causa del covid-19.

Tributo a los que se fueron

Familiares de personas fallecidas por covid-19, en Colombia, los recuerdan en estos emotivos relatos.

A Rafael Forero siempre le gustó volar.
De pequeño se cayó de un cuarto piso y de grande se convirtió en piloto. Su último vuelo fue el pasado 20 de septiembre, cuando el covid-19 le cortó las alas para siempre.
Era un hombre valiente, amoroso y servicial. Así lo recuerda su hermano Felipe en una carta que le escribió y que publica en EL TIEMPO como un homenaje a Rafael y a todas esas personas a las que el coronavirus se les llevó la vida.

Lea las cartas de sus seres queridos

Felipe Forero, Ronny Suárez, Andrea Linares, Carlos Daguer, Claudia Peláez y Carol Tatiana, entre otros, hicieron lo mismo. Plasmaron sus sentimientos en emotivos relatos que hacen parte del especial ‘Tributo a los que se nos fueron’.
Hace un año, por estas épocas, se supo que había un nuevo coronavirus, al que científicamente se le denominó SARS-CoV-2. Se habría originado en Wuhan (China) a finales del 2019 y, a pesar de los esfuerzos para frenar su expansión, rápidamente llegó a casi todos los rincones del mundo.
Colombia se encuentra en el puesto 12 entre los 15 países con mayor número de casos y muertes. Con corte al 24 de diciembre, ya acumulaba 1.559.766 contagios confirmados, de los cuales casi 97 mil son casos activos, según los datos del Instituto Nacional de Salud (INS). Además, se ha oficializado la muerte de 41.454 personas debido a la enfermedad del covid-19.

La capital del país, Bogotá, suma más de 443 mil casos confirmados, de acuerdo con el INS, por lo que es la zona del país con más contagios y muertes (más de 9.300). Y aunque el virus ha llegado a los 32 departamentos del país, Bogotá, Antioquia y Valle del Cauca concentran más de la mitad del total de casos confirmados en el país (52,7%). De hecho, los casos de las capitales de los 32 departamentos representan el 70,7% del total del país. Es decir, 7 de cada 10 contagios confirmados se han presentado en estas ciudades principales. Este es el panorama en cada departamento:

De acuerdo con los datos recogidos por el INS, el coronavirus ha afectado ligeramente a más mujeres que hombres, pues el 50,5% de los casos confirmados corresponde al sexo biológico femenino. Esto, frente al 49,5% correspondiende al sexo masculino.

Esta proporción, sin embargo, cambia al revisar el número de fallecimientos: de las más de 40 mil muertes en el país, el 64% han correspondido a hombres; y 36%, a mujeres. Esto quiere decir que 2 de cada 3 muertes por covid-19 han sido de hombres.

Por otro lado, del total de casos confirmados en el país, un poco más de 3 de cada 4 han ocurrido en menores de 60 años; es decir, el 84,7% de contagios se concentra en esta población.

En contraste, casi 3 de cada 4 muertes causadas por el covid-19 han sucedido en personas mayores de 60 años (77,4% del total de fallecimientos). El siguiente gráfico muestra el número de casos y muertes por rango de edad:

Coronavirus en Latinoamérica y el mundo

Actualmente, en el mundo ya hay más de 80 millones de casos confirmados de coronavirus y más de 1.7 millones de muertes causadas por la enfermedad en todo el planeta, según la información recopilada por Our World In Data (Universidad de Oxford) y la Universidad de Johns Hopkins.

Con más de 18.5 millones de contagios y casi 330 mil fallecimientos, el país que más casos y muertes aporta es Estados Unidos. Le sigue India, con más de 10 millones de casos y 146 mil muertes. En tercer lugar en el mundo se encuentra Brasil, con 7.3 millones de contagios y más de 188 mil muertes.

Para el caso de Latinoamérica, Brasil es el país que tiene más contagios y muertes. En número de casos le siguen Argentina y Colombia (1.5 millones), México (1.3 millones) y Perú (1 millón de casos).

En las siguientes gráficas podrá ver cómo han evolucionado los casos en el mundo y cuáles son los 15 países con más contagios y muertes. Al final encontrará los casos y fallecimientos en cada país de Latinoamérica reportados por Our World In Data y la Universidad de Johns Hopkins:

Al comparar a los países de acuerdo con el número de habitantes y el número de casos, hay contrastes notorios. Por ejemplo, China, con más de 1.400 millones de habitantes, tiene apenas 95 mil casos y menos de 5 mil muertes, según los datos de Our World In Data. Mientras tanto en India, con 1.380 millones de habitantes, hay más de 10 millones de casos confirmados y cerca de 145 mil muertes.

Otro caso es el de Corea del Sur y Colombia. Ambos países tienen poblaciones cercanas a los 50 millones. En Corea del Sur se han confirmado 52 mil casos y han muerto 739 personas. En cambio, en Colombia hay 1.5 millones de contagios y más de 41 muertes.

Actualmente, varios países europeos están sufriendo un segundo pico de contagios aún más fuerte que el del mes de abril. Allí se han impuesto medidas para procurar frenar el contagio durante las celebraciones de final de año.

En Colombia, el pico de contagios sucedió en agosto. Sin embargo, el 24 y 25 de diciembre han sido los dos días con más casos reportados desde el inicio de la pandemia.

**Los cálculos y visualizaciones se realizaron con datos actualizados al 22 de diciembre. Sin embargo, esto no hace que las tendencias varíen significativamente.

Lea las cartas de sus seres queridos

Yoiner
Peláez

Rafael
Enrique
Forero

Ómar
Parra

Javier
Montoya

Arístides
Duque
Montoya

María de las
Mercedes
Ángel

Adela
Suárez

Rosario
Celmira
Gómez

Alejandro
Daguer

Luis
Antonio
Tibaduisa

Jorge
Salgado y
Heli Salgado

David
Guerrero
Rodríguez

Orlando de
Jesús Torrés
Roldan

Óscar
Humberto
Ospina

Nicolás
Ortiz
Cortés

Javier
Montoya

Arístides
Duque
Montoya

María de las
Mercedes
Ángel

CRÉDITOS

Diseño Digital

Daniel Celis

Maquetación

Carlos Bustos

Editor de Reportajes Multimedia:

José Alberto Mojica

Datos:

Rafael Quintero y Yaleni Solano
Unidad de Datos

Redacción:

Angie Alvarado, Aura Saavedra

Periodista Reportajes Multimedia:

Diana Ravelo

Jefe de diseño

Sandra Rojas

Editor Gráfico

Beiman Pinilla

Editor de Mesa Central:

Jhon Torres

Gracias hasta
el cielo, padre

04/04/1938-21/07/2020

De: Claudia Peláez

Para: Yoiner Peláez

Estos días te he pensado bastante, padre. Aunque no sé si son momentos de recuerdo o rituales que empiezan a ser parte del juego de la vida.

Llegan tu caminar, tus recorridos, los lugares visitados; La Ermita de Cali, la plazoleta Jairo Varela, el chance, las personas que te daban la mano y cuidaban de ti. Y, sobre todo, los almuerzos de domingo, esos que rompían el ritmo para cerrar la semana y empezar la nueva.

Estos días has estado muy presente, padre, y entonces me pregunto si soy yo la que te trae a los sueños o son los sueños los que a ti me traen… Sí, padre, ¿no sé si eres tú el que quiere hablarme o soy yo la que quiere expresarse? Quizás somos los dos que estamos tejiendo los lazos del recuerdo. Esa nueva forma de estar presentes, o, quizás, la forma de avanzar en nuestros pendientes. Sí, esos pendientes que no nos dejó cerrar el coronavirus, ese bicho que convirtió una probabilidad en ausencia.

Cómo nos engañó ese nuevo bicho, padre. ¡Qué inocentes, padre! Los médicos y nosotros, pues agregaste síntomas que, en ese momento, no se reconocían, como la dificultad para caminar. Eso era lo que más sentías. Te llevó sin miedo, padre, tal vez con la receta en la mano por si lo descubrías y así lo enfrentabas en esas salidas tuyas e inevitables de cada día en las que terminabas metido en el MIO a los 82 años y en estas épocas. Sí, padre, dejaste marca en las calles, en tus idas y venidas.

¡Esta ausencia pesa, padre! Porque me hubiera gustado tener conciencia de lo que debía agradecerte en vida y solo pude hacerlo ante tus cenizas, el día de la despedida.

He comprendido, padre, que mucho de lo que soy es por tu ejemplo que en mí se fundía. Gracias, padre, por enseñarme que acumular no es lo más importante y que ayudar a los demás era una forma de vida.

Gracias por haber alentado las batallas: las ganadas y las vencidas; por los retos de cuidar sola la droguería.

Gracias por la fuerza que me inspirabas y que me dio, como mujer, la valentía. Gracias porque me dejaste ir, joven, para aprender de cada cosa que descubría. Perdona tanta rima, padre; sabes que siempre me gustó la poesía.

Gracias infinitas, padre, por permitirme amar el conocimiento y hacer de este la ruta de todo lo que hoy siento. Gracias, padre, por suplir mis gastos cuando ya estaba crecida y mientras interiorizaba la importancia de la lucha por la vida. Quedó también pendiente, padre, arropar el inmenso frío que sentías, sobar tus piernas y hacerte compañía todo el tiempo en el consultorio. Claro que también, como tú, tuve valentía y pude ponerte la careta cuando se te caía. Ese día, padre, afirmé que el amor todo lo podía

Hoy recibo tu recuerdo como una voz que llega al corazón. Ese que aún me dice: ‘¡Andá!, que te queda mucho por hacer en esta vida’. Gracias, padre, por compartir mis retos, mis afugias y alegrías. Y desde aquí te regalo cada tarde de domingo; aunque fue un domingo, precisamente, el día de tu despedida de esta vida.

Solo espero que estés con mi madre y disfruten en compañía. Para nosotros ya son ángeles que nos protegen. ¡Gracias, padre, y un beso a mi madre!

‘Mi hermano
siempre voló alto’

13/11/1962 - 22/11/2020

De: Felipe Forero

Para: Rafael Enrique Forero

Tengo la impresión de que a mi hermano, Quique, siempre le llamó la atención volar. Y no lo digo por ese día milagroso en que cayó de un cuarto piso, con solo dos años de edad. Dios, en un gesto de amor por la vida, lo depositó gentilmente en el único cuadradito de césped que había en la acera para que no sufriera ni un solo rasguño.

Cuando niño y adolescente también voló, pero ya no por los aires, sino en los deportes que practicó. Y luego, cuando salió del bachillerato, puso los ojos en el cielo y se inscribió en la Escuela Militar de Aviación Marco Fidel Suárez, en Cali. Allá voló por segunda vez, físicamente, en vuelos de entrenamiento que luego relataba emocionado a mis padres.

Voló a hacer amigos; eso ha quedado claro después de su partida. Voló con su vena comercial y, por supuesto, también voló en el amor al conformar una familia con Karina, que por cosas del destino lleva nuestro mismo apellido, como pronosticando que pronto se ganaría un lugar en nuestra familia. Una hermana más. Sus hijos Catalina, Andrés Felipe y Mateo lo ayudaron a convertirse en un abuelo muy joven y todos fuimos testigos de cómo empezó a volar de la dicha en su nuevo papel y del amor infinito que sentían por Sarita, Juan Manuel, Noah y el pequeño Liam.

Nos hemos enterado en estos días de otros vuelos que Quique emprendía sin contárselos a nadie (como debe ser): los vuelos de la generosidad. Personas a las que él ayudaba, apoyando causas benéficas de amigos y conocidos, sin importar los momentos de crisis por los que él mismo estuviera pasando. En estos últimos años de vida volvió a posar su mirada en el cielo. Y esta vez, de la mano de Dios. La visita del papa Francisco a Colombia corroboró esa conexión creciente con la fe católica y fue creciendo en la paz del Señor.

Su viaje final nos sorprendió a todos, por inesperado y doloroso. Porque no queríamos privarnos de su sonrisa. Pero los caminos del Señor son misteriosos. Y esa noche de martes, mientras todos nos desvelamos pensando en él, Dios le vio tan inflamados sus pulmones que decidió transformarlos en un par de alas gigantes. Y Rafael, liberado de los dolores del cuerpo, levantó el vuelo cual arcángel y subió al encuentro celestial para el que tanto se había preparado. Nosotros, los sin alas, seguimos en tierra. Y tenemos que secar nuestras lágrimas y continuar nuestro camino con esperanza y sin miedo.

Nuestro padre fue
un superhéroe
para muchos

28/08/1972 - 10/08/2020

De: Brahyam Parra

Para: Ómar Parra

Mi papá, Ómar Parra, a sus 47 años, además de ser el mejor ejemplo para mí y mi hermano, fue el padre de muchos. Siempre iraré la facilidad que tenía para dar amor a la gente que lo rodeaba, en especial a los más vulnerables, a los jóvenes y a aquellos que se acercaban a él buscando ayuda, un consejo, una oración, un abrazo… Fue un hombre que nunca escatimó en dar a otros.

La historia de él se asemeja a la de un superhéroe, que pese a transitar algunos de los callejones más oscuros de la vida, logró salir transformado radicalmente, demostrando que la fe mueve montañas y da nuevas oportunidades. Mi padre supo lo que era tocar fondo, pero salió de ahí lleno de fuerza para construir una familia ejemplar a la que siempre fue leal, consolidar su propia empresa pensando en que fuera un canal para bendecir a otros y edificar una iglesia que se volviera en un refugio para todos. Salvar vidas, esa era su obsesión diaria.

En las calles, en iglesias, en parques, en donde le tocara, durante sus más de 10 años como pastor no perdió oportunidad para hablar a otros de ese Dios que lo cambió, desafiándolos a ser mejores e inspirándolos a aportar a la sociedad. Lo vi orar por enfermos, abrazar a habitantes de calle y motivar a muchas personas. Para él no existían los casos perdidos. Ahora son varios quienes siguen sus pasos de fidelidad, humildad, empatía, entre tantas palabras virtuosas para describirlo.

Su amor paternal siempre fue ilimitado, tanto que nuestro hogar se extendió a otros y se volvió infinito. Mi padre fue un hombre que dejó un inmenso legado, ese mismo que ahora en su honor espero continuar.

Nuestra despedida estuvo antecedida por un tiempo en familia que se volvió inmortal, decidimos celebrar con nuestro círculo más cercano el cumpleaños de mamá, como todos éramos parientes pensamos que eso bajaba los riesgos. Compartimos, reímos, celebramos sin saber que ese sería el inicio de su partida.

Mi mamá, mi esposa, mi hermano, todos resultamos contagiados. Yo fui el primero en ir al médico y dar positivo para covid-19, aunque los síntomas eran fuertes, me dijeron que me quedara en casa, pero una noche llegué al punto de despertarme ahogado, así que decidí ir al médico.

Duré 20 días hospitalizado, sin saber que en medio de mi recuperación mi papá también tendría que salir corriendo a la clínica y quedarse internado. Inicialmente, él tenía mucho miedo de ir al médico, creo que por eso se aguantó hasta el último momento. Cuando llegó a la clínica su oximetría estaba por debajo de 70, estuvo hospitalizado durante unos 15 días. De esos duró tres intubado, hasta que finalmente falleció el 10 de agosto de este año.

Su partida jamás significará que perdió su batalla. Al contrario, fue un hombre que terminó su carrera y aguardó su fe hasta el final, por lo que ese día fue su gran victoria al llegar a los brazos de su papá Dios. Ahora está junto a sus héroes bíblicos, esos de los que tantas veces me habló y predicó.

Los primeros días sin él no sabía qué hacer, qué pensar, cómo entender la voluntad divina en medio de su despedida. Muchos interrogantes vinieron a mi cabeza. No fue fácil ponernos de pie frente a la iglesia que tanto amó y hablarles de fortaleza y esperanza en medio del dolor, seguir aconsejándolos aun cuando no nos sentíamos de la mejor manera. Pero fue en ese momento cuando recordé la fuerza que hay en agradecer en todo tiempo y opté por dar gracias por él, por su vida, por su amor hacia nosotros, por sus logros y por tener el privilegio de haberle tenido como mentor. Desde ese día en adelante hemos mantenido su sueño vivo, dando a otros aun en medio de su ausencia.

Con los meses he dejado de ver lo que sucedió con mis ojos terrenales para hacerlo con los ojos de mi corazón y encontrar descanso en concluir que él está ahorita haciendo realidad el sueño más importante de su existencia: el de ver cara a cara a su Creador. Gracias a él, mi papá, supimos lo que es trabajar, lo que es cuidar a una familia y la importancia de amar a la gente. Él nunca predicó religión, él hablaba de una fe genuina que rebosaba en unidad; ese es nuestro reto.

Mi padre, mi pastor, mi amigo y mi ejemplo, esta carta es un homenaje para ti. Espero algún día ser como tú, eres mi inspiración. Fuiste apasionado por Dios, por hacer el bien, me enseñaste a tener siempre mente de niño y al tiempo la templanza y sobriedad de un sabio. Mi meta ahora es vivir conforme a nuestra fe para podernos encontrar de nuevo.

Te amaré por siempre, el cielo fue bueno al darme un padre único.

‘Una Navidad sin
mis padres ni mi tío’

De: Sandra Liliana Duque Ángel

Para:

Javier Montoya

29/06/1941- 5/08/2020

Arístides Duque Montoya

28/7/1951- 5/08/2020

María de las Mercedes Ángel

210/04/1954- 14/09/2020

El 5 de agosto quedó marcado como el día más triste de mi familia. Ese miércoles despedimos a mi padre Arístides Duque Montoya, de 69 años; y a mi tío Javier Montoya, de 79 años. Ambos fallecieron tras contagiarse de covid- 19. Pero las tragedias no terminaron ahí. Mi madre, María de las Mercedes Ángel, de 66 años, partió de nuestras vidas 40 días después (el 14 de septiembre). Un año triste en el que perdimos a tres seres queridos, una Navidad sin mis padres ni mi tío.

El silencio que se siente en la casa es indescriptible y cuando despierto siento que mis padres aún están en su habitación como era costumbre. Que mi papá tiene encendida la radio o está escuchando música y que mi mamá está en la cocina.

A mi tío, Javier Montoya, lo recuerdo como a una persona muy activa y amante de salir a caminar, nunca estaba en casa. Cuando enfermó de covid dijo que sentía dolor en todo el cuerpo y que se sentía asfixiado. Lastimosamente, murió al segundo día de estar en la unidad de cuidados intensivos. Mi papá, Arístides Duque, era un hombre amante de la música y a coleccionar relojes. Era alto, acuerpado, y siempre fue una persona muy aliviada, por eso nos dio tanta tristeza verlo enfermo. Mi papá decía que no quería quedarse en un hospital porque tenía miedo de morir, que si entraba no salía.

Mi mamá, María Mercedes, era una experta en la cocina, hacía los mejores platos del mundo y decía con orgullo que era la mejor chef. Ella adoraba a mi papá con alma, vida y corazón y decía que, si él moría ella se iba detrás y así pasó. Aparentemente parecía que los primeros días, tras la muerte de mi padre, ella llevaba todo con calma, pero luego empeoró su salud y fue decayendo por la depresión. Murió el 14 de septiembre, a las 7: 45 de la mañana, tras un paro cardiaco mientras dormía.

No sabemos cómo el virus llegó a la casa. El primero en enfermarse fue mi tío, él empezó con una simple gripa, luego mi padre tuvo tos y dificultad para respirar y ambos fueron empeorando hasta estar hospitalizados. Puedo afirmar que en la familia no creíamos que el virus sería tan fuerte, quizás no fuimos lo suficientemente precavidos hasta cuando tuvimos que enfrentar la enfermedad de frente.

Mis padres eran todo para mí, nunca me separé de ellos y me dieron la fuerza para ser madre soltera. Sin embargo, si hoy sigo viva es por mi hija, de 23 años, para quien también ha sido difícil llevar este tiempo. Extraño esos fines de semana donde conversábamos en familia y nos reuníamos sin el miedo de contagiarnos. Ahora todo es distinto y no hay un solo día en que no los recordemos y nos sintamos deprimidos.

Me hacen mucha falta mis padres para esta Navidad. Para esta época mi mamá se pondría el poncho y el sombrero, y bailaría con mi papá. A los dos les encantaba escuchar música, comer natilla y buñuelos. A mis 44 años conservo el gusto, al igual que mi padre, por la música de Luis Alberto Posada, el Charrito Negro y Darío Gómez. De mi madre saqué la pasión por la cocina, esa será mi mayor herencia.

Lloro mucho y trato de refugiarme haciendo manualidades. En estas semanas he pasado el tiempo haciendo muñecos de navidad. No quería decorar, pero la familia me ha impulsado a salir adelante como quisieran mis padres. Soy discapacitada, perdí la movilidad de mis piernas en el 2005 cuando, en un intento de suicidio, me lancé al Metro de Medellín. En ese momento me recuperé y salí adelante por mis padres y seguiré fuerte en memoria de ellos. Papás te despiden con amor tu hija Sandra y tu nieta Jessica. Siempre estarán en nuestros corazones. Gracias por ser incondicionales y por llevar una relación tan fuerte por más de 50 años.

Este texto contó con la edición de Angy Alvarado, periodista de ELTIEMPO.COM

‘No me pudiste
celebrar los 15
años, papá’

26/04/1982 - 23/10/2020

De: Carol Tatiana Ospina Castro

Para: Óscar Humberto Ospina Medina

Hola, papá. Quería decirte que te extrañamos demasiado. No sabes la falta que nos haces desde que te fuiste. Te queremos contar tantas cosas…

Eras un gran padre, un gran amigo, un gran hermano, un gran hijo, un gran esposo, una persona maravillosa. Nos haces demasiada falta, mi gordis. ¿Sabes? Aún recuerdo todos los momentos juntos que pasamos y tus lindos sueños. Teníamos muchos planes para este año y para los años por venir.

Nunca olvidaremos ese día, esa hora en la que nos dijeron que tu corazón ya no latía más. Fue el peor día de nuestras vidas. No sabes cómo nos sentimos. ¿Sabes? Aún recordamos tu linda sonrisa, tus lindos ojos, incluso cuando te enfadabas; y tus cachetitos, que se inflaban todos lindos. Nunca olvidaré tus consejos ni cuando me regañabas por no hacerte caso.

Quería decirte que la vida sin ti no ha sido nada fácil. Cada día te extrañamos más. Quisiera devolver el tiempo para verte otra vez y darte un fuerte abrazo y no soltarte jamás. Quiero volver a verte, papito. Créeme que a veces pensamos que esto es una mentira: que tú estás vivo y andas de viaje. Pero me encuentro con la realidad: ya partiste de este mundo y no te volveré a ver jamás. Te nos fuiste demasiado rápido; tenías mucha vida por recorrer, muchos sueños por cumplir. El día que partiste te prometí cuidar a mi hermanita y a mi mamá y ser una gran profesional, como siempre lo quisiste.

Recuerdo que soñabas con celebrar mis 15 años. Estabas súper ilusionado por hacerme una fiesta donde pudiera compartir y que fuera el mejor día de mi vida. Papi: nos dejaste luchando solos, pero te prometimos salir adelante y te lo vamos a cumplir. Nos dejas un vacío súper grande.

A veces escucho o leo tu lindo nombre: Óscar Humberto Ospina Medina, y me duele demasiado porque ya no te puedo llamar a contarte mis cosas ni a preguntarte cómo estás: ¿ya vienes?, ¿te demoras? Nos haces demasiada falta, papito; te extrañamos mucho. Tu partida fue un golpe duro que nos dio la vida. Te extrañamos, tus hijos: Daniel Felipe, Miguel Ángel, Sharoll Sofía y Carol Tatiana, y tu esposa Levi Johanna Castro.

‘Siempre fuiste
nuestro orgullo,
abuelo’

16/04/1935 - 05/10/2020

De: Felipe*

Para: Nicolás Ortiz Cortés

Quiero pensar que en estas fechas de fin de año nos volveremos a encontrar al son de las guitarras y el vaivén de las maracas que siempre llevabas contigo. Recuerdo a la perfección esas melodías que amenizaban las tardes en tu casa, en compañía de tus seres más queridos y de la familia que forjaste con esfuerzo y dedicación durante toda tu vida.

Naciste en el seno de una familia campesina huilense y hace más de 60 años decidiste emprender una nueva vida en la capital. Con los bolsillos vacíos, pero con el corazón lleno de entusiasmo, empezaste a trabajar sin descanso como portero en bodegas de café. Siempre fuiste un orgullo para nosotros.

La lucidez con la que contabas tus historias y la vitalidad con la que cantabas tus canciones inspiraron cada nota que aprendí a tocar desde pequeño en esa guitarra que algún día me regalaste. Hoy la conservo como uno de mis más preciados tesoros.

En estos momentos quisiera regresar a esos instantes para entonar con más ahínco tantas melodías, para pedirte que me contaras nuevamente esas anécdotas que nos dejaban a todos una sonrisa en el rostro, para recordar los viajes en mi infancia donde nos enseñabas a descubrir el mundo o simplemente para darte un abrazo.

Me arruga el alma saber que ya no estás en tu casa, que en los últimos años no tuve el suficiente tiempo para encontrarnos como antes y que no volveré a escuchar tu voz.

Tu partida de este mundo fue algo inesperado y sorpresivo para todos. Me cuesta creer que una enfermedad que veíamos como algo lejano, remoto o improbable, tocara nuestras vidas. Muchos de nosotros, en algún momento, subestimamos la magnitud de esta pandemia: por incredulidad, escepticismo o negacionismo. Empezamos a ver cómo se expandía el virus por todos los países y el número de contagiados y de víctimas mortales aumentaba con el paso del tiempo.

Estas cifras se convirtieron en parte de la programación matutina, en un dato más que recordar, como el pronóstico del clima o el marcador de un partido de fútbol.

Siempre pensamos en la muerte como algo ajeno, pero a la vez cotidiano. Con la llegada del coronavirus a Colombia, nuestros hábitos y rutinas cambiaron significativamente, pero también empezamos a entender que tendríamos que convivir por un buen tiempo con este virus entre nosotros.

Un día cualquiera supe que no te encontrabas bien de salud. “Debe ser una gripa”, pensé. Me encontraba fuera de la ciudad por mi trabajo, pero mi papá y mis tíos me mantenían al tanto de tu condición. Tu situación no mejoraba con el pasar de las horas y las recomendaciones de quedarse en casa por parte de las entidades de salud eran insuficientes.

La ambulancia no tardó en llegar. Baja saturación de oxígeno, fiebre y decaimiento fueron los síntomas que te llevaron directamente al pabellón covid. Las horas se hacían cada vez más largas y la incertidumbre nos doblegaba por completo, especialmente a mi tía Rome, quien esperaba noticias alentadoras sentada en unas gélidas escaleras de hospital.

Al día siguiente nos confirmaron nuestras sospechas: positivo para covid-19. En ese momento, algo dentro de mí se paralizó por completo y sentí que el tiempo comenzaba a agotarse. No quiero imaginar lo difícil que fue para ti decir esas últimas palabras de despedida que, con tu último aliento, impulsabas a través de una máscara de oxígeno. No sé cómo ni cuándo sucedió, pero el virus llamó a tu puerta y nos arrebató tu vida en menos de una semana.

Quisiera regresar el tiempo, aunque sea por un instante, para dejar a un lado lo que creía importante, la universidad o los viajes de trabajo; para volverte a ver con vida y escuchar nuevamente esos acordes en la guitarra, para hablar de los caminos de la vida y de que también tuviste veinte años. Gracias por todo el amor que nos entregaste, por ser mi amigo, mi confidente y mi cómplice. Descansa en paz, mi querido viejo.

* Nombre cambiado por petición del autor de esta carta. Este texto contó con la edición de Aura Saavedra Álvarez, periodista de ELTIEMPO.COM.

‘Diciembre sin ti,
esposo mío’

17/9/1948 - 22/07/2020

De: Teresa León Gómez

Para: Luis Antonio Tibaduisa

Estoy viviendo mi primer diciembre sin ti, amor, después de cuatro décadas. Y te confieso que es más difícil de lo que algún día llegué a imaginar. Lo sentí el pasado lunes 7 de diciembre, en el día de las velitas, cuando recordé cómo recorríamos el parque de la 93 viendo los alumbrados, a los niños jugando en el prado y a Mateo, nuestro nieto, al lado de nosotros, llevándonos de la mano a cualquier sitio. Estoy segura de que también lo recuerdas, amor.

Sé que en estas fechas mi cabeza se llenará de recuerdos. Pero también quiero pensar que donde estás eres feliz, que te encuentras tranquilo, así tus hijos, tus sobrinos, tus hermanos y, sobre todo, yo sintamos el dolor de tu ausencia. Es amargo mirar alrededor mío y no verte, no sentir tu presencia, no escuchar tu voz, no sentir tu mano. Y sí, sabía que así era la ley de la vida, la ley de Dios, pero hasta ahora empiezo a caer en cuenta de lo dura que es.

Toda esta amargura que siento he intentado mitigarla con mis hijos, con su compañía, que me hace más fuerte. Sin embargo, cada noche sigo pensando en la necesidad de viajar como en una máquina del tiempo para enmendar mis errores, para abrazarte, para decirte que te amo, que necesito de tu cuerpo a mi lado en la cama, que fui una afortunada al tenerte junto a mí durante más de 40 años, que escribiste la historia más linda de mi vida.

Miro hacia arriba, donde está Dios, y quiero creer que un pedacito de ese cielo que veo está en mi casa, en nuestra casa. Fuiste mi ángel en la tierra y, ahora, lo sigues siendo desde ese cielo. Aunque sigue siendo difícil acostumbrarme a estar sin tí.

De repente, en las mañanas, subo y bajo esas escaleras que caminaste una y otra vez; te busco, aún siento tu olor, tu voz que me susurra al oído y penetra mi cabeza; pero, de nuevo, solo encuentro la soledad que dejó tu ausencia y que se ha convertido en mi cómplice y fiel amiga.

Te fuiste un miércoles de julio, de repente. No nos alcanzamos a despedir, no me dijiste: ‘Adiós, amor’; no me diste un último beso. Por eso te seguiré extrañando hasta el momento en que nos volvamos a encontrar, cuando caminemos juntos por el edén y volvamos a reír, me vuelvas a tomar de la mano y te pueda repetir los te amo que me quedaron pendientes.

El destino es caprichoso, solo hasta ahora sé que me faltó mucho tiempo para vivir a tu lado. Solo hasta ahora sé que te extraño más de la cuenta. Pero, también, solo hasta ahora sé que tu espíritu está conmigo, que me acompañará por siempre y que tu amor será eterno.

‘Adiós, hermano;
adiós, papá’

De: Fernando Salgado

Para:

Jorge Salgado

22/02/1955-12/09/2020

Heli Salgado

22/01/1928-02/09/2020

Decía Julio Cortázar que “solo los dos sabemos estar distantemente juntos” y hoy sé que así estaremos por siempre.

Te fuiste hace tan solo unas horas y estoy seguro de que, como yo, quienes te quieren ya te extrañan. Ni las palabras ni las lágrimas podrán explicar la falta que nos haces.

No me molesta extrañarte: me molesta que ya no estés aquí conmigo, con tu familia y tus amigos; con tu esposa, Luz Ángela, ni con Sergio y Silvia, tus hijos. Y claro, me duele que no hubieras podido tener el tiempo suficiente para disfrutar de tu primera nieta, Valeria. Solo Dios sabe lo mucho que te extrañamos y cuánto quisiéramos tenerte a nuestro lado. A ti y a nuestro padre, quien también se nos acaba de morir. Pero eso no lo supiste. Nadie se imagina cuánto duele perder al papá y al hermano en tan solo 9 días, no tenerlos cerca. Es difícil saber que mi hermano no alcanzó a despedirse de nuestro padre, que no se murió de covid. Aunque debo decir que el aislamiento propio de la pandemia y la tristeza de la reciente partida de su compañera por 62 años, nuestra madre, deterioró su salud. Eso fue lo que más lo afectó en la que fue, tal vez, la más incierta, volátil y compleja época de todos los tiempos.

Pero bueno, sé que ya se reencontraron y están junto a mamá cuidando de nuestro hijo David Alberto, un angelito que se nos adelantó a todos y al que se encomendaban.

Hermano, todo esto que nos ha ocurrido en tan poco tiempo es muy triste. Cierro los ojos y te imagino sonriendo junto a papá, mamá y David. Eso me da mucha alegría porque sé que ya están juntos y felices disfrutando del paraíso en un eterno descanso, esperando —cuando Dios lo decida— para volvernos a reunir.

Ahora sé que siempre que queramos verlos solo tendremos que cerrar los ojos y allí estarán todos, recordando esos bellos momentos que vivimos juntos y sabiendo que estarán siempre muy dentro de nuestra memoria y de nuestros corazones.

Debo decirte, querido hermano, que me siento orgulloso de Sergio, tu hijo, que en estos últimos días demostró ser el mejor hijo que un padre puede tener y sé que cuidará bien de tu amada Luz Ángela y de su hermosa familia. Tal vez debí abrazarte más fuerte y por más tiempo la última vez que nos vimos, pero te prometo que todos esos abrazos los guardaré para tu familia, tu nieta Valeria y los demás que lleguen a tu hogar. Puedes estar seguro de que ellos tendrán, en mí, al mejor tío/abuelo que siempre los consentirá y les recordará que tienen en el cielo al mejor abuelo, al mejor padre: un incondicional y leal hermano, un maravilloso tío y un extraordinario hijo. Y hasta el día en el que Dios me permita volver a abrazarte, allí en el cielo, pensaré en ti con la iración y el amor de siempre.

Hasta pronto, viejo man; disfruta del oriente eterno.

***
Quiero, en nombre de toda la familia, agradecer a tantos y tan buenos amigos que nos han acompañado en estos largos y extenuantes días con sus pensamientos y oraciones. A todos los colegas y amigos de la Fundación Cardiovascular en Bucaramanga que trabajaron sin descanso, exponiendo sus vidas, para tratar de salvar a mi hermano de esta agresiva enfermedad. Nuestra gratitud también a todos los profesionales de la Clínica Shaio, donde cuidaron de mi padre.

Nuestro abuelito
fue un ‘guerrero’
hasta su final

08/09/1944 - 23/11/2020

De: Su familia

Para: David Guerrero Rodríguez

Abuelito David, ha pasado casi un mes desde que te fuiste. Hoy llamamos a casa y ya no contestas. Queremos acostarnos cerquita de ti para ver un partido, pero no estás. Hemos ido a la iglesia y tu silla ahora está vacía. Hace poco salimos a almorzar en familia y nos duele no poder disfrutar de una cena deliciosa junto a ti, el privilegio de tenerte a nuestro lado se esfumó, pero estás en un mejor lugar.

Siendo muy jóvenes, tú y nuestra abuelita María Edith pasaron de ser amigos del trabajo a casarse el 24 de diciembre de 1965. Desde esa época, hasta este 2020, ya llevaban escritos 55 años juntos en los cuales había días de alegría, tristeza, paz, incertidumbre, perdón y siempre mucho amor.

Tuvieron dos hijos hermosos: Martha Edith y Francisco Javier, que fueron el fruto de ese amor. Ellos más adelante formaron sus propias familias, trayendo al mundo a sus amados nietos: Óscar, Javier y July. Todos estos años disfrutamos de largas charlas, deliciosas comidas, viajes inolvidables y grandes anécdotas juntos en las diferentes casas o apartamentos en los que un día vivieron.

Desde muy niños casi todos los domingos el plan era ir a su casa, ese lindo hogar lleno de amor, de descanso, de refugio, en donde su olor se impregnaba en nuestra ropa, en donde podíamos disfrutar los mejores platos, jugar fútbol, correr, y hasta quedarnos para compartir con ustedes, nuestros abuelitos.

Algo que siempre marcó nuestro corazón fue encontrar en ustedes ese consejo de Dios, ese precioso abrazo que traía consuelo, esa lectura de la Biblia y esa oración única que siempre supieron hacer en el momento exacto.

Este año todo se interrumpió de un momento a otro. La libertad que teníamos para ir a estar con ustedes se vio impedida porque la pandemia nos había encerrado a todos. Y bueno, empezamos con ganas de estar conectados, así que buscamos formas de comunicarnos, hacíamos videollamadas de vez en cuando; también, en los cumpleaños de cada uno de los integrantes de la familia, nos enviábamos regalos, porque el covid nos hizo buscar maneras para decirles a quienes amamos que los extrañamos y que siguen siendo importantes en nuestras vidas.

Sin embargo, fue inevitable que el agotamiento, el desespero y la impotencia llegaran. El encierro por tantos meses no era fácil de manejar, y aunque hemos sido guerreros (como nuestro apellido), un día de forma inesperada y dura llegó este virus.

No esperábamos que se contagiaran, aún hoy es difícil saber cómo sucedió todo. Tu, abuelita Edith, saliste rápido de esto; pero tú, abuelito David el 29 de octubre te fuiste para urgencias y a los dos días te llevaron a la UCI, en donde estuviste luchando por 24 días para luego irte allá al cielo, donde Jesús te recibió con los brazos abiertos.

Esto nos ha destrozado el corazón, todo fue tan rápido, fue como en un abrir y cerrar de ojos. Cómo no sorprenderse si es que siempre fuiste una persona muy sana, solo hasta hace un año te descubrieron un problema de tensión. Con todo y eso, estabas más pendiente de la salud de nuestra abuelita que de la propia; no te gustaba ir al médico porque desde que éramos muy pequeños te vimos fuerte, vigoroso, proactivo, visionario, esforzado, todo un guerrero.

Algo que notamos durante este proceso es que despedir a un paciente con covid es tan diferente, que no sabes cómo asumirlo. Todo es virtual, no puedes estar allí en el hospital, ni siquiera viéndolo por la ventana o tocando su mano para decirle que todo estará bien. Esa larga distancia para nosotros se hizo eterna. Era desesperante la espera diaria por un reporte que a veces era el mismo del día anterior, en otras ocasiones venía con un toque de esperanza y los días más difíciles revelaban retrocesos negativos. Vivíamos en medio de la incertidumbre. Todos intentábamos seguir la vida, pero sabíamos que tú, amado abuelito, ya no estabas en casa, estabas en ese lugar que a todos nos aterra: una UCI en la cual hacen lo que pueden por los pacientes y todo se vuelve incierto.

En medio de esta situación, empezamos a entregarte a Dios; sabíamos que tú, más que nadie, confiabas en la soberanía de nuestro creador. Porque desde que conociste a Jesús decidiste caminar con lealtad, rectitud, y transparencia; eras un hombre que no negociaba sus principios.

Finalmente, el lunes 23 de noviembre, hacia las 2:22 p. m., nos despedimos de ti, todos conectados desde el celular, y tu con tus ojitos cerrados, ya descansando de tanto ajetreo que habías tenido durante los últimos días.

Estamos en el tiempo del duelo y debemos reconocer que una cosa es estar consolando a otros y otra es ser consolados. Porque si bien este año pudimos acompañar a familiares y amigos que perdieron a sus papitos, abuelitos, tíos, hijos, ahora nos llegó el turno para ser consolados por Dios y por quienes han estado aquí para nosotros. ¡Es increíble ver cómo familiares, amigos, pastores, líderes y familias de diferentes lugares nos llaman, oran, envían detalles, están pendientes!

Se fue un gran hombre, al que le gustaba construir edificios y casas, hacer negocios, leer el periódico, jugar y ver fútbol, pero sobre todo le encantaba hablar de su testimonio de vida y de cómo el Espíritu Santo estaba con él, guiándole. Nuestra abuelita siempre te decía que habrías sido un gran Director Nacional de Tránsito y Transporte o director técnico de fútbol; yo creo que quizás ese sea uno de tus cargos allá en el cielo.

También sé que si aún estuvieras vivo, aprovecharías esta carta en un medio de comunicación para decirles a quienes la están leyendo que aunque no eras un hombre perfecto, al conocer a Dios, Él te usó de maneras increíbles y que nunca hay peros que valgan para acercarnos, porque siempre nos está llamando. El legado más lindo que nos dejas, abuelito David, es siempre perseverar, ser hombres y mujeres de fe, personas correctas y útiles para Dios y la sociedad.

Hoy solo damos gracias a Él por habernos dejado disfrutar 76 años a tu lado. Te extrañaremos, de vez en cuando lloraremos tu ausencia, te recordaremos y, también, nos alegraremos porque tenemos esa esperanza inconmovible de que un día nos volveremos a encontrar.

Abuelito David, te prometemos que ¡Serviremos al Señor! Josué 24:15

Atentamente, familia Guerrero

Posdata: Enviamos millones de abrazos a todos aquellos que han perdido en esta batalla a seres amados. ¡Ánimo, Jesús los ama y está esperando por ustedes, hay propósito de vida cuando le conocemos a Él!

‘El virus no es un
juego, hoy despedimos
a nuestro hermano’

24/12/1959 - 10/11/2020

De: Familia Torrés Roldan

Para: Orlando de Jesús Torrés Roldan

El 24 de diciembre, nuestro hermano Orlando de Jesús Torres Roldan cumpliría 61 años. No esperábamos que fuera a fallecer y menos por covid. En su cumpleaños, él llegaba a molestar a sus sobrinos, a quienes quería como hijos; bebía sus aguardientes, conversaba, sonreía y se caracterizaba por su buen ánimo. Es lo que más extrañaremos de su partida.

Hoy, semanas después de su muerte, tenemos por decir que esta Navidad no será la misma. Siempre la celebramos en familia, con un almuerzo, en una finca o donde fuera, pero juntos. Orlando era el octavo de once hermanos. Aunque tenía un genio y carácter muy marcado, era una persona colaborativa, especial y a todos nos brindaba apoyo. Orlando deja un gran vacío en el corazón de la familia y en especial en sus sobrinos.

No lo pudimos despedir como se merecía. Nos queda el recuerdo de su despedida antes de salir a la clínica: ese domingo, 25 de octubre, se levantó temprano y escuchó la misa con tanta fe. No quería ir al hospital, pero no podía pasar ni un sorbo de agua ni un tinto, a pesar de lo ‘tintero’ que era. Se sentía ahogado, se asfixiaba y no podía respirar.

Una de nuestras hermanas, la última en verlo con vida, nos contó que el día antes de su muerte ella le había dicho que se fuera tranquilo, que nos haría mucha falta, que tuviera un feliz viaje (…) A él se le escurrieron las lágrimas. Fue un hombre fuerte hasta el último momento, que batalló una pelea contra un virus que lo fue agotando y lo tuvo más de 10 días en la unidad de cuidados intensivos. No sabemos cómo llegó el covid a nuestra familia. Es impredecible saber quién se contagió primero. Orlando sospechaba que se contagió en el banco, cuando salió por unas diligencias, pero nadie sabe. El día que llegó a la clínica saturaba 82 por ciento, pero él tenía una infección urinaria muy complicada que empeoró la enfermedad y tuvo que ser intubado.

Ese 10 de noviembre, mientras Orlando era enviado al cementerio Jardines Montesacro, a otro hermano, Luis Fernando, le daban de alta a su casa. Cómo nos gustaría que ambos estuvieran contando su historia como sobrevivientes, pero tenemos a uno que ya no está. “El salió de la clínica El Tesoro en un carro fúnebre y yo salí en mi carro para mi casa -recuerda Luis Fernando-. Yo llegué saturando mejor, pero no me intubaron. De los días que tuve fiebre recuerdo que deliraba. Aún no sé cuánto durará la recuperación y si las secuelas quedarán de por vida”. Luis Fernando contó permanentemente con el apoyo de su hijo, quien se internó con él hasta el día que le dieron de alta.

Lo que la gente debe entender es que el virus no es un juego, es una enfermedad muy difícil de manejar y uno puede fácilmente no salir de esto. No sabemos si seremos resistentes o si será la última batalla de la vida. No bajen la guardia, salgan con el tapabocas y solo si es necesario. El virus sí existe y nosotros lo vivimos en carne propia.

Acompañamos de todo corazón a las familias que tienen que pasar por este mismo duelo, esto es muy duro. El dolor seguirá por siempre. Hacer este recuento de los últimos días de Orlando y el significado de su existencia para nuestra familia, nos muestra el poder del amor y nos da el coraje para invitar a todos a enfrentar esta amenaza a lo frágil de nuestra condición humana.

Partimos del dolor cercano para decirle al mundo de la unión que debemos tener para vencer este enemigo invisible. Ese monstruo solo nos está indicando que los valores sociales como la solidaridad, el respeto y el amor al prójimo son las armas para vencerlo. Cuidémonos.

Este texto contó con la edición de Angy Alvarado, periodista de ELTIEMPO.COM

¡Hasta siempre mi
amada tía-madrina!

17/09/1945 - 30 /07/2020

De: Andrea Linares

Para: Rosario Celmira Gómez Acosta

Es difícil acostumbrarse a la idea de tu inesperada partida. La noticia de tu muerte, al otro lado del teléfono, en medio de informaciones vagas sobre las causas de tu deceso, aún socava mi fortaleza para soportar el inmenso dolor que me genera tu ausencia.

No hubo funeral. No hubo abrazos, sentido pésame ni consuelo físico. Solo una ceremonia virtual, que para mí resultó insoportable, porque despedirte en la distancia, sin verte por última vez, ni acompañarte a tu última morada, me hizo sentir miserable. A veces siento –tal vez como una fútil forma de auto-consuelo– que realmente no te has ido, que estás en casa haciéndole el quite a esta horrible pandemia y que en algún momento volveremos a reunirnos.

Aún recuerdo la última vez que nos vimos. Fue hace un año, para estas fechas. Te llevé una crema de whisky. Compartimos una pizza de pepperoni. Mi hija –quien, vale decir, tiene una extraordinaria memoria– recuerda, en particular, unas palabras tuyas: ¿Quién quiere otro pedazo de pizza de tomates? En julio pasado, cuando supe, después de dos pruebas negativas, que diste positivo para covid-19 en la tercera –diagnóstico del cual no quisiste hacer referencia en nuestras últimas llamadas y que preferí omitir en las conversaciones porque sabía la angustia que ello te causaba– albergué la esperanza de que superarías, rápidamente, esta extraña, impredecible y compleja enfermedad. En medio de tus dolencias, siempre te mostraste fuerte. Sonabas muy animada, lo cual me reconfortó. Obviamente, mis palabras te apoyaban con buenos deseos, y energía positiva, con mensajes de pronta recuperación. Pero no todo salió como esperabas y tuvimos que afrontar, como familia, un triste final, que aún nos cuesta superar.

De un momento a otro dejaste de hacer videollamadas. No respondías el teléfono. En un abrir y cerrar de ojos, estabas intubada. ¿Cómo sucedió? No lo sabemos. Solo recuerdo que era martes. Dos días después, falleciste. Mi papá me comunicó la mala noticia. Tuve que salir de la reunión virtual en la que me encontraba para poder llorar a mis anchas.

Te sigo llorando. Escribiendo esta carta derramo varias lágrimas y me reprocho por no haberte visitado más, no haberte llamado más. Me quedo con tu dulzura, tu generosidad, tus sonrisas y tu exquisita culinaria. ¡Hasta siempre mi amada tía-madrina!

Elogio de
de mi papá

15/9/1944 - 11/9/2020

De: Carlos Daguer

Para: Alejandro Daguer

Es uno de los primeros recuerdos de mi vida. Terminaban los años setenta. Vivíamos en la diagonal 144, una calle de casas blancas y alineadas que daban una permanente apariencia luminosa a nuestro entorno. Te recuerdo corriendo detrás de mí, papá, y aún siento tu trote desacompasado y escucho tu jadeo a mis espaldas.

Cumplíamos con un clásico ritual de iniciación, con una de esas celebraciones de inadvertida poesía de que está hecha la vida, con esa metáfora perfecta de las relaciones padre-hijo: esa tarde, papá, esa tarde me enseñabas a montar en bicicleta.

Nuestra infancia está hecha de pequeñas imágenes que sintetizan vidas enteras. Hay dos que me sorprenden por lo sencillas y completas.

La primera es ese ritual, en desuso en estos tiempos de pandemia, de despertar por la mañana, levantar a los hijos, preparar los desayunos, salir cogidos de la mano a esperar el bus del colegio, y ver esa manita que se despide detrás de la ventana. Es la síntesis, a mi juicio perfecta, de lo que aspiramos como madres o padres: proteger y preparar para soltar. La otra es ese ritual de iniciación de mis primeras memorias a tu lado: el ritual de pedalear sujetados y luego por nuestra propia cuenta, para finalmente descubrir que somos dueños de nuestro equilibrio. El ritual de enfrentar las primeras dificultades para comenzar a ser nosotros mismos, pero con la tranquilidad de que ese jadeo y esos pasos a nuestras espaldas estarán ahí, no necesariamente para prevenir la caída, sino su gravedad o rudeza. El ritual de sentir, como casi todos los recuerdos felices de la vida, el viento en la cara, la independencia rozando la piel.

Recuerdo esa tarde de hace más de cuarenta años porque desde entonces, en cada instante de mi vida, sentí que ibas atrás, más que sosteniéndome, motivándome a seguir solo, previniendo las caídas, sí, pero también recogiéndome después de cada una de ellas. Y, claro, anticipándome que el reto era imprescindible porque algún día –como hoy– ya no podrías estar presente.

Tenías aversión a las conquistas fáciles. Cómo recuerdo el esfuerzo que implicaba convencerte para satisfacer los caprichos de la infancia o de la adolescencia. A cada petición le sobrevenía un surtido de reflexiones sobre su utilidad, de peros sobre su conveniencia y de pequeños desafíos para que fuera atendida.

Más tarde en la vida nos reímos de ese talante –qué linda esa capacidad que tenías de reírte de ti mismo, por cierto–, pero digámoslo con franqueza: ese perpetuo elogio de la dificultad se nos tornó exasperante en algún momento. Era como un pulso entre el estoico y los hedonistas. Mucha gente te iraba por la carrera que habías hecho. Aun así, en nuestra casa la ropa se heredaba de hijo a hijo; la mesada para nuestros gastos escolares no daba para ninguna ostentación; el carro era compartido y, por lo demás, tan defectuoso que nos tocó aprender algo de mecánica; y los hijos varones, si la suerte así lo determinaba, prestaban servicio militar. No, no era una visión marcial de la existencia. Era una visión ética. Una visión que, muy a tu estilo, se basaba en enseñarnos que los atajos rara vez eran rutas seguras. Con el tiempo aprendí que a veces también debemos agradecer por lo que nos es negado.

Luego descubrimos que, así como eras supremamente parco para atender nuestras veleidades, eras sorpresivamente generoso para lo fundamental. Como el mago que saca el conejo de la chistera, siempre aparecía una reserva o una estrategia para financiar nuevos estudios, para comprar libros, para ayudarnos a sortear afanes que tuvieran que ver con el sostenimiento de nuestros hogares, o para sumarte a viajes a nuestro lado, porque sí que gozabas nuestra presencia a tu alrededor.

Aquellas tensiones que tuvimos se volvieron anécdotas. Qué grato fue ver cómo nos acercamos en tus últimos años, y cómo, ya tranquilo por lo construido, te diste la licencia de disfrutar más y más los pequeños placeres de la vida.

Entonces nuestros adjetivos se hicieron más justos. Cuando nos volvimos adultos, abandonamos la creencia de que eras tacaño, y te descubrimos como un hombre previsor; es decir, como un hombre que prevé, que se anticipa a las contingencias. Lo tuyo era el largo plazo. “Es más difícil mantener que tener”, te escuché decir hace poco.

Ya cerrado el ciclo, ya en la meta final, podemos decir con absoluta certeza que nunca en nuestras vidas, ni siquiera en las peores crisis del país, sentimos siquiera amenazada nuestra estabilidad. Esa era tu apuesta, papá, e indiscutiblemente la ganaste.

A nosotros, tu hija y tus hijos, nos falta un largo trecho por pedalear, pero confío en haber heredado las claves de ese equilibrio que tanto nos inculcabas.

Desde hace unos años, las cartas que yo te escribía tenían un motivo recurrente: la gratitud y la sorpresa de descubrir que las herramientas para sortear mi adultez eran especialmente las de tu legado. Así como a mi mamá adeudo tantas herramientas emocionales, a ti te adeudo las herramientas de la subsistencia, las de las cosas prácticas, las de sortear apuros para seguir adelante.

Cientos de veces corrí en busca de tu consejo, y, generalmente, entre todas las opciones contempladas, tu punto de vista era el que me resultaba más convincente, quizás porque ya para mis adentros empezaba a desear para los míos lo mismo que tú deseabas para nosotros: estabilidad, seguridad, tranquilidad. ¿Riesgos? Pues claro, bienvenidos, pero siempre bajo el signo de la moderación.

Te confieso que me avergonzaba un poco la grandilocuencia con que yo te agradecía eso en mis cartas y en mis últimas conversaciones contigo. Me avergonzaba porque es casi imposible ser grandilocuente sin nombrar la ausencia o la muerte, y porque, a menudo, contemplar la posibilidad de una ausencia es como invocarla.

Lejos de arrepentirme, hoy me reconfortan esas palabras. Las cosas dichas, los elogios pronunciados y las gracias dadas harán más llevadera nuestra despedida.

Lo único que más o menos me alivia de verte morir en medio de una pandemia es que esta, al haber puesto a rondar la muerte y la soledad en la vida diaria, nos dio tiempo y nos motivó a decirnos y repetirnos e intercambiar gestos de amor y palabras lindas.

Ay, pa, qué bonito era el orgullo que sentías por tu hija y tus hijos. Qué bonito el orgullo que sentimos por ti y por mi mamá. El orgullo de lo que construimos como familia, pa. Consuela, por lo menos, que la vida nos haya dado tantos días para decírnoslo y repetírnoslo.

Me dejas, papá, los mayores dones que cualquier humano podría recibir. ¿Recuerdas que te contaba que a veces, cuando estoy a la mesa con mi hija y mi hijo, los desafíos para que respondan una pregunta?

—¿Cuál es el mejor regalo que un papá y una mamá dan a los hijos y a las hijas? —les pregunto. Y ella responde:
—Un hermano.
Y él responde:
—Una hermana. Y yo me excuso por la deliberada manipulación de sus conciencias. Porque es que hasta en eso te luciste, papá: en mis regalos.

Te tendré en Mauricio, tu mejor calco en el físico y en el método. En estos pocos días recoge tu sentido del orden y lo pone, como lo habrías hecho tú, al servicio de nuestra seguridad. Hasta tengo ganas de inventarme un dilema para pedirle un consejo, con el único propósito de sentir en su respuesta el eco de tus palabras.

Te tendré en Liliana. Qué regalo es y será la Lily en mi vida. Qué mujer capaz de convertir la adversidad en oportunidad. Tu enfermedad y tu muerte nos revelaron tantas coincidencias con ella, papá… Ya la imagino, en esta vida sin ti, recordando las fechas, organizando los reencuentros, fortaleciendo esta unión fraterna que buscaste y lograste.

Te tendré en Gian Paolo, en nuestro Mono, ese tipazo donde se decanta lo mejor de cada uno de nosotros. Desde hace rato vengo pregonando que no conozco una persona más completa. Tan bueno de papá como de hermano. Tan bueno en el trabajo y en la casa. Tan bueno como hijo y como esposo.

También te tendré en mi tío Jorge y en mis tías María Isabel y Loriz, con quienes descubrí que el mundo es amplio y tiene espacio para todos. Y en tus nietos. Y en mi Negra, en mi mamá, en esa mujer que te llora y que pondrá en práctica todo lo aprendido a tu lado y por quien haremos hasta lo imposible para ya no solo conjugar, sino hacer realidad, ese verbo-muletilla de la pandemia: ‘reinventarse’.

Y claro, pa, te tendré en esta galería de amigos y familiares que veo en la pantalla, que nos confirman cuánto te quisieron y cuántas cosas buenas nos debiste haber inculcado para merecer su amor y su consuelo.

Y te tendré, repito, en ese inventario de herramientas que me diste para ser adulto, para ser papá y para honrarte cada día de mi vida.

A punto de terminar esta despedida, advierto que sí me quedaron algunas palabras pendientes. ¿Recuerdas que desde hace rato venía diciéndote que la mayor causa de mi felicidad en este tramo de mi vida era mi esposa, Andrea?

Pues bien, lo que olvidé contarte es que cada vez que ella explica a nuestros hijos por qué me ama, termina, en muy buena medida, describiéndote a ti. Sí, papá, ¡los dones que me diste son la causa de mi mayor felicidad!

Así que cómo no celebrar tu vida. Cómo no darte las gracias. Estas lágrimas pasarán, pa. Habrá muchas y aflorarán hasta el fin del mundo, pero con el tiempo no serán de dolor sino de nostalgia.

Puedes irte con la tranquilidad de habernos dado lo que cualquier ser humano desearía para sí mismo y para los suyos: la felicidad, pa. Nada menos que la felicidad.

Abuela Adela,
hablaré de ti
cuanto pueda

29/03/1930 - 8/09/2020

De: Ronny Suárez

Para: Adela Suárez

“Para subir una escalera tienes que apoyar los pies firmemente. Con seguridad, sin miedo. Y lo mismo para bajarla, debes hacerlo con decisión”. Así me decías siempre, abuela Adela, cuando era niño, cuando apenas comenzaba a descubrir el mundo, intentando protegerme en medio de mis juegos acrobáticos.

Ese es uno de los primeros recuerdos de infancia que tengo: yo jugando y tú acolitándome. Yo arriesgándome y tú guiándome. Yo creciendo y tú acompañándome. Yo siendo feliz y tú conmigo.

Hoy puedo decir que gran parte de lo que soy te lo debo a ti. Esa necesidad de aventura, por ejemplo. Me enseñaste que no hay destinos imposibles ni excusas cuando el corazón busca escapar. Recorriste el mundo tanto como pudiste y ahora intento seguir ese legado, sintiendo quizás la misma satisfacción que gozabas al aterrizar en un nuevo paraje o al volver al lugar que amaste.

Con ese impulso infinito vivimos juntos muchas aventuras. Recorrimos selvas y ríos y mares. Andamos miles de kilómetros en carretera. Forjamos anécdotas, labramos carcajadas. Nos hicimos fuertes en familia.

Me inculcaste igualmente el don de la generosidad. Tu corazón amplio no se guardaba nada. Y no me refiero solo a las cosas materiales, que vienen y van. Hablo de ponerse en el lugar del otro y compartir lo mucho o lo poco. Eras una mujer noble y empática.

Y si hay algo que en este escrito quiero agradecerte, es el ejemplo de amor que fuiste para todos. Amabas mucho. A tus hijos y a tus nietos. A los amigos que dejaste por todas partes. A tu México. A la cocina y ofrecer un café a todo el que pudieras. Y amabas la naturaleza. Al mar azul. Y amabas bailar. Y amabas enseñar. Y amabas hacer reír a los demás.

Ese sentido del humor tan vivaz es otro de los regalos que me dejaste. Y aunque sean tiempos en los que mantener el optimismo es cada vez más difícil, siempre, hasta el último día, te mostraste alegre y jovial.

Es difícil no amarte, agradecerte ni tenerte iración. Ahora que no estás será imposible no extrañarte. Sobre todo en esta época de nostalgia y de recuerdos alebrestados. Cuesta creer que hace apenas un año estabas sentada en mi sofá, disfrutando a tus nietos, guiando a los más pequeños y orgullosa del trabajo que hiciste con los más grandes. Pero el mejor homenaje será tener una familia más unida que nunca y honrarte como te gustaría: buscando la felicidad.

Es raro escribir en primera persona de una tragedia como el covid-19 que primero fue ajena y en septiembre te llevó. Como te prometí alguna vez, no serás una cifra más de la pandemia. Hablaré de ti cuanto pueda. Contaré nuestras anécdotas. Recordaré los atardeceres en Barranquilla en los que me presentabas los barcos que surcaban el Magdalena.

Trataremos de ser tan felices como aquel fin de semana cuando te visitamos con mi hermana de sorpresa. Fue un viaje de emergencia por un tema de tu salud, antes de que el virus se asomara. Y a pesar de tu edad y tu enfermedad fuiste tan vital como siempre. Y bailamos. Y te pude abrazar sin saber que sería la última vez

Adela Suárez: estuviste en mi vida con esa forma omnipresente que tienen las abuelas para manifestar su amor genuino. En cada paso y en cada logro. En cada peldaño que subía y también en los que bajaba. Siempre con la firmeza que me enseñaste. Siempre sosteniéndome. Siempre te amaré.