“¿Quién es usted?”, me dijo un joven enmascarado mientras yo tomaba fotos de grafitis al ingreso de Unisalud. “Soy un profesor”; pero ahora “dígame quién es usted, pues oculta su cara”. Miró a su alrededor y replicó, “puede tomar fotos hasta acá”, trazó una línea y se marchó. Días antes, al ingresar por la puerta principal vi que no estaban los porteros de la U., sino de comunidades indígenas del sur de Colombia, quienes autorizaron el ingreso. Me detuve a ver una caravana de 10 buses con de la misma comunidad, salían del campus a cumplir su misión de protestas a favor del Gobierno. En muchos años nunca me había tocado el ingreso con autoridad distinta a la misma universidad.
Desde hace varios años cultivo el oficio de fotografiar los muros de las ciudades y debo poseer una de las colecciones más completas de grafitis y otras expresiones. Ha sido mi propia UN la que dio las claves y las bases para adelantar esta faena junto con mi inolvidable profesor de semiótica U. Eco, con quien compartí esta pasión, embrionaria, pues no había estudios previos sino colecciones de fotos del Mayo del 68 o de los trenes de N. Y. de los 70. A mi regreso de Italia un domingo fui y encontré que el edificio de Artes estaba invadido, como un circo, y habían hecho varias intervenciones libres como que la escultura de Lenin la habían manchado de tinta roja que le escurría o una mesa en ruinas con el aviso ‘Acá el gobierno da de comer al arte’. No sabían estos estudiantes que estaban dando origen a un arte urbano que nace del grafiti.
Y el M-19 fue protagonista de esta revuelta creativa que puso a Bogotá en la cumbre del arte urbano internacional. Mi libro Grafiti (1986), con varias traducciones, fue uno de los mensajeros de estos acontecimientos, del que se hicieron videos (Facebook). El M-19 pintó un muro que permitía ver adónde iban: ‘Tenemos una izquierda prehistórica’. Con Sin Permiso y otros grupos contra esa izquierda panfletaria iniciaron el “préstamo” de vallas que intervenían: ‘Vamos junto a Pepsi ya’, que trastocaron en ‘Vamos junto al pueblo ya’ o el ‘El M-19, la chispa de la vida’ y muchas acciones osadas que cuento en mi libro.
Tanta frescura, juventud y arte del M se iría poco a poco marchitando, hasta el vil asalto al Palacio de Justicia. Esta acción criminal marcaba otro rumbo y otra menoría ciudadana. El Presidente de Colombia acaba de dar la puntada fatal, reconocer el sombrero de uno de sus comandantes como patrimonio nacional.
ARMANDO SILVA