No existe un objeto más deseado por los bogotanos que tener metro. Hemos esperado 7 décadas para, por fin, ver una muestra de los vagones que usaremos y dos kilómetros de viaducto. ¡Es cierto! Exhiben la obra por los medios y todos comentamos lo increíble. El equipo de la Alcaldía nos muestra las evidencias y se nota el gran esfuerzo realista por cumplir el sueño bogotano.
Pero arriban los destructores de ilusiones. El mismo Presidente de Colombia dijo, no se sabe de dónde sacó tal deducción peregrina, que el metro no aliviará el tráfico de la ciudad, que no tiene sentido un metro elevado (¿y los que vienen?), que el verdadero es el subterráneo y que no hay plata para ese metro invasor. Pero no son solo sus palabras ofensivas para una ciudad que ha hecho su futuro bajo esta esperanza, sino que, de modo más profundo, sus palabras constituyen ellas mismas el signo de la fatalidad frente a este objeto fetiche. Si nos detenemos, este mismo político que aboga por el metro enterrado nunca como alcalde presentó verdaderos estudios para llevarlo a cabo, como ya lo han demostrado sus sucesores con pruebas en las manos, y uno de ellos, Peñalosa, lo llamó "mentiroso", sin que el aludido presentara pruebas para desmentir.
Cuando en 2027 nos montemos en el metro verdadero, será el triunfo de la verdad sobre lo perverso.
Ahora como presidente que debe aporta el 70 % a la capital, regresa y dice que así no, sino como él lo planeó, pero es que ¡nunca lo planeó! ¿Esta disimetría entre fantasía y realidad no es acaso lo que personifica el mismo Presidente en todas sus obras y planes del cambio? ¿Ese metro imposible que quiere no es de la misma familia de aquel fantástico Buenaventura-Barranquilla que nos ofreció mirando al cielo en su campaña presidencial? Si somos sinceros, el metro y toda la obra del Presidente se asientan en el discurso. No digo en la verdad, sino en el decir. Como sujeto de vida mental, no quiere la realidad; le estorba. Son otras fuerzas de una psicología profunda las que lo impulsan. Se diría, acudiendo al análisis, que su goce se realiza en el discurso, en las palabras que se convierten en su realidad y que, como autoridad nacional, las esparce a sus gobernados, que cada vez saben menos qué hacer con tal exceso retórico de intoxicaciones.
Dentro esta lógica, cuando en 2027 nos montemos en el metro verdadero, será el triunfo de la verdad sobre lo perverso. Será el inicio de la recuperación de la realidad para el país. Gracias alcalde Galán por dar la batalla y demostrar a los ciudadanos que las cosas pueden ser reales.