Nadie sabe por qué la semana tiene siete días. La adoptaron los sumerios hace 4.000 años y desde entonces su uso no para de expandirse. El Antiguo Testamento contó que Dios trabajó seis días y descansó al séptimo. El empujón fue fuerte y el Occidente cristiano se fue sincronizando al ritmo de seis días de trabajo y uno consagrado al Señor y al descanso.
Hubo intentos en contra. La Revolución sa les metió ciencia ilustrada a sus códigos y adoptó el sistema decimal de pesos y medidas, incluyendo la semana de diez días. De paso, le embolataron los domingos a la Iglesia, aliada de reyes y aristócratas. El metro y el kilogramo pegaron, pero a los pocos años la semana de siete días regresó triunfante a Francia y prosiguió su expansión. Los asiáticos se demoraron más en adoptarla. Japón, eternamente encerrado en sí mismo, fue uno de los últimos en sucumbir al encanto del ritmo del seis más uno, en el siglo XIX.
La expansión del descanso dominical es mucho más reciente, porque es hija de la industrialización. En el siglo XIX algunas empresas en Inglaterra comenzaron a dar libre el sábado por la tarde, como un beneficio no salarial que además aumentaba la productividad de las horas laboradas.
Henry Ford, el mismo que inventó la cadena de producción para fabricar sus vehículos, también inventó la semana de cinco días en sus empresas, hace menos de un siglo. Desde entonces, los movimientos sindicales pujaron por más descanso y más salario, y fueron obteniendo un poco de ambos a medida que aumentaba la productividad. En la China comunista el descanso del sábado tardó hasta el año 1995.
Y así llegamos a la actualidad, cuando un nuevo viento sopla desde los países ricos: la semana laboral de cuatro días. De nuevo, como hizo Ford hace 100 años, algunas empresas retienen talento recortando la semana laboral. En algunas multinacionales ya no trabajan viernes por la tarde. El viernes es el nuevo sábado. Microsoft y otras adoptaron la semana de cuatro días en algunos sitios. Y en la mayoría de oficinas se imponen los viernes relajados, los llamados ‘casual fridays’.
La pandemia cambió muchas costumbres y una es la forma de relacionarnos con el trabajo. Muchos están prefiriendo ganar menos y descansar más, al punto de renunciar a sus trabajos para ganar flexibilidad horaria.
En Colombia, ya algunas empresas ensayan la semana laboral de cuatro días. No demora en aparecer el populista que pretenda aumentar los días de descanso por ley, sin importar que suban el salario/hora y los costos generales de producir bienes y servicios.
Lo que sí parecería lógico y sin costo inflacionario es modificar la ley Emiliani, trasladando los festivos de lunes a viernes. De esta forma, empresas y empleados podrían integrarse mejor al ritmo de la economía global. También habría beneficios para Cartagena y las demás zonas turísticas nacionales, como fue el objetivo original de la ley Emiliani.
Colombia tiene problemas más importantes, pero este puede ser un buen tema para pensar un viernes. ¿Valdrá la pena una medida que beneficia sin perjudicar a nadie?
ANDRÉS ESCOBAR URIBE