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‘Es un error subestimar la estrategia de Donald Trump’

Este analista explica cómo el mandatario juega nuevamente la carta del miedo, y le puede funcionar.

En un acto de campaña, Trump itió que le ha pedido a su equipo que disminuya la cantidad de pruebas de covid-19.

En un acto de campaña, Trump itió que le ha pedido a su equipo que disminuya la cantidad de pruebas de covid-19. Foto: Bloomberg

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Con el liderazgo de Joe Biden en las encuestas ha aumentado el optimismo de muchos demócratas y republicanos del movimiento anti-Trump por la posibilidad de que el presidente estadounidense Donald Trump pierda en noviembre. Pero sería un error considerarlo fuera de la competencia. Tiene ventajas formidables, cuyo peso aumentará a medida que se acerque la elección. Estas ventajas no tienen nada que ver con sus logros y fracasos, sino con su maestría en el teatro político.
Entre los liberales predomina la visión de que gracias a los errores de Trump en la gestión de la pandemia del covid-19 y la crisis económica que desató, los republicanos y los votantes independientes que se inclinan por él están recobrando la cordura; pero esta es una lectura feliz de los hechos. Trump ganó las elecciones de 2016 convirtiendo su incapacidad profesional y de carácter para la presidencia en una virtud política: desafiar a la clase dirigente le otorgó credibilidad entre los votantes republicanos, quienes creían que los políticos tradicionales ignoraban sus intereses.
Trump consolidó su apoyo agudizando el temor a una invasión del país por inmigrantes y su amenaza al dominio de los estadounidenses blancos. Se ofreció como salvador y eso fue suficiente.
Trump ganó agudizando el temor a una invasión de inmigrantes y su amenaza al dominio de los estadounidenses blancos. Se ofreció como salvador y fue suficiente (…). Ahora tiene las protestas urbanas.
Como la inmigración ilegal se ha ido desvaneciendo en la imaginación del público, Trump ha buscado nuevas maneras de capitalizar los temores de los votantes y cree que encontró la clave en el fantasma de la criminalidad urbana. Trump claramente espera beneficiarse de las confrontaciones caóticas entre la policía y los manifestantes en las grandes ciudades estadounidenses; no importa que la mayoría esté de acuerdo con que ‘Las vidas negras importan’: si los votantes creen que el crimen y el desorden aumentarán (como ocurrió en Chicago y otros lugares), harán más caso a sus miedos que a los ideales de la justicia social.

El poder del miedo

Las personas con miedo buscan la protección de figuras de autoridad poderosas. Y ninguna figura de autoridad es más poderosa que el presidente en ejercicio de Estados Unidos, quien comanda gigantescos recursos de seguridad. Por eso a tantos observadores les preocupa que el verdadero motivo de Trump para enviar fuerzas paramilitares federales a las ciudades estadounidenses no haya sido evitar la violencia, sino provocarla.
Como en el caso de la inmigración ilegal, Trump trató de vincular el temor de la gente por su seguridad con una ansiedad más amplia relacionada con el cambio cultural. Así como Trump describió a los inmigrantes ilegales como criminales y amenazas a los valores tradicionales estadounidenses, muestra a los manifestantes como alborotadores y amenazas a la cultura y la historia del país, que además ‘están destrozando a los héroes de EE. UU.’.
Trump sigue los pasos de Richard Nixon, Ronald Reagan y George H.W. Bush, que provocaron o explotaron los temores a los delitos urbanos y la decadencia social en su camino a la presidencia.
Los medios liberales creen que los estadounidenses serán capaces de percibir la estrategia de Trump y lo culparán a él por la violencia en vez de a los manifestantes. Es posible, pero Trump sigue los pasos de Richard Nixon, Ronald Reagan y George H.W. Bush, que provocaron o explotaron los temores a los delitos urbanos y la decadencia social en su camino a la presidencia.
Imaginemos que es octubre, los estadounidenses se han olvidado del mal manejo de Trump de la pandemia del covid-19, cuya intensidad decae a medida que las vacunas llegan al mercado o el uso de los tapabocas y el distanciamiento social finalmente comienzan a funcionar. No les interesan demasiado las promesas de Biden de mejorar la atención sanitaria, ocuparse de las injusticias raciales o reparar las relaciones de EE. UU. con sus aliados. Les preocupa el aumento de la criminalidad, las interminables protestas y lo que perciben como ataques de la izquierda a los valores y las instituciones tradicionales. Confían en que Trump podrá ocuparse del crimen y compran su advertencia de que el “somnoliento Joe” no tendrá en cuenta sus temores...
Ante este escenario, Biden puede elegir entre tres respuestas. Puede tomar el camino más ético y señalar que el crimen está en un nivel bajo según los niveles históricos; podría sostener que depende de las adversidades durante la niñez que solo los programas sociales federales bien diseñados y las reformas de la policía podrían solucionar; y también puede señalar que mucha más gente murió en EE. UU. como resultado de las metidas de pata de Trump en la respuesta al covid-19 que por homicidios en un año típico. Pero, contra un demagogo como Trump, el camino ético conduce sin duda a la derrota.
Ahora, el camino sin escrúpulos implicaría un estilo de demagogia de izquierda o centroizquierda. En este caso, la meta no es contrarrestar el temor de la gente a la criminalidad, sino redirigir su temor hacia otra cosa. Biden podría tratar de alimentar el temor a la policía, o a un Estado policía de matones paramilitares federales dirigidos por Trump. O podría seguir el ejemplo de populistas clásicos, desde Huey Long hasta Hugo Chávez, y atacar a los ricos y al ‘monstruo’ corporativo como fuente de todos los problemas.
Pero Biden no puede hacer ninguna de esas cosas. Su decencia le juega en contra: apelar a los temores primordiales de los votantes no sería creíble por muchas razones, entre otras, que Biden es producto de la clase dirigente.

El espejo de McCarthy

Afortunadamente Biden cuenta con una estrategia mejor: hacer de la demagogia de Trump el tema de su campaña.
El último gran demagogo estadounidense fue el senador Joseph McCarthy, que dominó la política del país entre 1950 y 1954. McCarthy amasó su poder insistiendo sobre el supuesto fracaso de la clase dirigente política para oponerse a la amenaza soviética y a la influencia comunista. Tanto él como Trump se basaron en hechos reales, aunque débiles. Aprovechando la ansiedad del público por el expansionismo soviético, McCarthy infló la amenaza con acusaciones falsas y manipulando a la prensa. Sin embargo, cayó con la misma velocidad con la que ascendió (fue censurado por el Senado en 1954 y murió en la oscuridad y el alcoholismo en 1957).
Tal vez los estadounidenses se cansaron de sus payasadas: ninguna de sus acusaciones dio como resultado condenas por espionaje, lo que socavó su credibilidad. O tal vez se excedió al atacar al ejército estadounidense, que era más respetado por los ciudadanos que sus objetivos previos, entre los cuales estaban el Departamento de Estado y Hollywood.
La suerte de McCarthy ofrece una luz de esperanza para Biden. Tal vez el público estadounidense no sea capaz de tolerar más de cuatro años de demagogia.
El fin llegó cuando McCarthy tuvo que rendir cuentas frente al abogado del ejército Joseph Welch, quien atacó al senador durante una audiencia televisada por participar en el asesinato de la reputación de uno de los colegas de Welch. Le hizo entonces la famosa pregunta, que desencadenó el aplauso de los espectadores: “¿No tiene sentido de la decencia, señor? ¿Ya no le queda nada de decencia?”.
La suerte de McCarthy ofrece una luz de esperanza para Biden. Tal vez el público estadounidense no sea capaz de tolerar más de cuatro años de demagogia. Muchos de los votantes de Trump parecen haber entendido que tiene poco más que entretenimiento para ofrecer, e incluso eso resulta menos atractivo ahora que el numerito de Trump les es familiar. Y Trump, como McCarthy, puede haber llegado demasiado lejos con el ejército: cuando amenazó con desplegar personal militar en las ciudades estadounidenses, Trump rompió la norma que separa a los militares de la política. Y si intenta enredar nuevamente al ejército en la política interna –aunque por el momento ha dado un paso atrás–, Biden podría acusarlo de corromper una institución muy respetada.
Pero la mejor estrategia de Biden sería guiar la atención de los votantes hacia las formas en que Trump los ha manipulado. Trump, como McCarthy, ha explotado las divisiones entre los estadounidenses, corrompido el debate público con sus mentiras e insultos y atacado a instituciones valiosas –entre ellas, el FBI y los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades–. Biden debería preguntar: “Sr. Trump, ¿no tiene sentido de la decencia?”. Es una pregunta que se responde sola.
Eric Posner (*)
© Project Syndicate
Chicago
(*) Profesor de la Universidad de Chicago. Su libro más reciente es ‘El manual del demagogo: la batalla por la democracia estadounidense desde los fundadores a Trump’.

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