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‘La ideología ha importado poco en nuestra violencia’: Santiago Wills

El escritor bogotano llega a librerías con 'Jaguar', su primera novela, inspirada en el conflicto.

Wills (Bogotá, 1988) se formó como filósofo en la U. Nacional. York.

Wills (Bogotá, 1988) se formó como filósofo en la U. Nacional. York. Foto: César Melgarejo/ EL TIEMPO

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Martín Pardo tiene tres lunares bajo el ojo izquierdo, la nariz gruesa y los labios tan delgados que parecen inexistentes. Una barba café le cubre parte del rostro, lleva un pantalón camuflado, camisa oliva, unas botas de cuero oscuras y la pistola en el cinto. Martín Pardo, alias Fósil o Jaguar, es un comandante paramilitar que cometió una de las peores masacres en Colombia y el protagonista de la primera novela de Santiago Wills.
El autor bogotano presenta un relato absorbente sobre la violencia en Colombia a través de un protagonista agresivo que convive con Ronco, un jaguar que adoptó como mascota. Es un felino corpulento y fornido, un depredador que en esta historia juega el papel de explorador y de cuidador, y la figura que Wills utiliza para exponer la relación salvaje y humana entre los dos jaguares: el depredador natural y el que decidió asumirse como un salvaje en medio de una guerra con escenas tan aterradoras que no parecen tomadas de la historia.
“En medio de la masacre, uno de los hombres tomó su cuchillo y abrió la barriga del dueño de la casa. Acto seguido, le sacó los intestinos y le metió un gato negro de ojos verdes dentro del estómago. De inmediato, otro hombre cosió velozmente la piel del conservador. A manera de chiste, decía mamá, dejaron por fuera de la costura la cabeza del gato. El rostro del animal daba vueltas sobre la piel recién cosida”.
Con descripciones de este estilo, Wills va presentando la violencia que refleja, además, la ausencia del Estado, las luchas por el poder y la guerra como única alternativa de vida de miles de jóvenes y cómo, más allá del conflicto, cada personaje tuvo que lidiar con sus propias batallas.
Su deseo por contar el conflicto surgió desde el periodismo, que le mostró la guerra desde la manera como se experimentan el miedo, la belleza, el arte y la violencia.
Con 'Jaguar' quiso explorar ese conflicto desde una mirada en la que los victimarios no fueran presentados como monstruos o psicópatas, sino como seres que al afrontar diversas circunstancias tuvieron que vivir una guerra.
Wills es escritor y periodista, un cronista con incansable interés por el mundo. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Colombia, donde surgió su gusto por el periodismo, e hizo una maestría en Escritura Creativa en español en la Universidad de Nueva York y una maestría en Periodismo en la Universidad de Columbia.
Ha escrito para varios medios nacionales e internacionales sobre medioambiente y comunidades indígenas, sobre minería ilegal y conflicto armado. En 2016 recibió el Premio Nacional Simón Bolívar por ‘El barquero y los escombros’, una crónica que narra la búsqueda de cientos de desaparecidos en La Escombrera. En 2021 recibió el mismo premio por Almanegra, el perfil de un magnolio de monte. En el mismo año ganó la Beca Michael Jacobs de crónica viajera; su propuesta es un proyecto de no ficción sobre el jaguar y su relación con América, tanto por su influencia cultural como por su importancia ecológica y medioambiental. El proyecto, espera, será publicado en 2023.

¿Quién es el escritor que está detrás de Jaguar?

Me gusta mucho leer, me gustan mucho los animales y desde niño siempre quise escribir en algún momento, pero empecé a estudiar Filosofía en la Nacional y me tropecé con Ryszard Kapuscinski. Siempre había querido escribir literatura, por él me metí por el lado del periodismo; me dediqué un poquito a crónica durante un tiempo, pero siempre estuvo ahí ese llamado de la ficción. Y tengo un perro lobo checoslovaco, se llama Lobo.

¿Cómo surgió ese amor por los libros?

Creo que de mi familia. Mi papá de niño me leía mucho, siempre, antes de dormirme. Ahí nació todo y empecé a leer por mi lado en el colegio, no ponía tanta atención a clase, sino que tenía debajo del pupitre un libro y leía más bien eso. Y de ahí, poco a poco, como que ya no podía parar.

¿Qué leía?

Me encantaban los cuentos de Tío Conejo y esas cosas de animales y me daba rabia que siempre los depredadores acababan como pasándola mal, siempre Tío Conejo se burlaba de todos. Entonces creo que el primer cuento que escribí era uno en el que el zorro se vengaba de Tío Conejo. Luego, recuerdo que leí El llamado de lo salvaje, de Jack London, me gustaba mucho Salgari. Tenía una serie sobre el Lejano Oeste, como de Buffalo Bill y todas estas cosas, me encantaba. Muchos libros de fantasía, como Tolkien. Había muchos sobre dragones y cosas de ese estilo. Sherlock Holmes después fue un descubrimiento grandísimo, lo mismo Agatha Christie, y eventualmente llegué a cuentistas latinoamericanos.

Bueno, ¿y en qué momento se decide por la escritura?

Creo que sucedió en el colegio. La literatura tiene una magia muy fuerte, algo muy poderoso y es la capacidad de lograr que uno se meta en la mente del otro y eso significa poder vivir un millón de vidas y poder producir eso en los demás siempre se me hizo algo increíble, hacerlo sentir con lo que yo sentía cuando estaba leyendo.

¿Algún hecho en particular le dio vida a Jaguar?

El libro es de Literatura Random House.

El libro es de Literatura Random House. Foto:Archivo particular

En 2015 escribí un perfil sobre Esteban Payán, un zoólogo colombiano que ha estado trabajando mucho tiempo con el jaguar, y mientras hacía la investigación alguien me dijo: “¿Usted sabía que los paramilitares tuvieron jaguares como mascotas?”. Y yo pensé que era ridículo, que no tenía ningún sentido. Pero me quedé con la historia en la cabeza y durante mucho tiempo Ronco no era un jaguar, era un tigrillo porque mi papá, que es zootecnista, trabajó en la Nacional durante mucho tiempo y algún día llevaron una tigrilla que no podía caminar bien y no era posible liberarla. No sabían qué hacer con ella, y mi papá dijo: “Yo la recibo”. Sabía esta historia, yo nunca conocí a la tigrilla, murió antes de que yo naciera, pero sabía que esto sí pasaba y que ella lo seguía, que se había vuelto como un perro. Entonces dije: ‘Bueno, voy a coger a un paramilitar, un comandante paramilitar, que tenga un tigrillo como mascota’.

¿Cómo fue contar la historia de un paramilitar?

La decisión de que Martín fuera un paramilitar tenía que ver con lo que yo había oído sobre los jaguares, porque estaban juntos, tenían que venir juntos o no me interesaba. Necesitaba a un actor armado porque me interesaba ese aspecto del conflicto, explorar el tema de la violencia, la naturaleza o la animalidad. Pero lo que es importante de Martín no es tanto que al final es un paramilitar, sino que él podría haber sido de cualquier otro grupo armado legal o ilegal porque en este caso la ideología no importa. Creo que en la forma como funciona la violencia para la mayoría de los combatientes en el conflicto armado colombiano la ideología nunca ha importado mucho. Es más, como lo he visto siempre, se trata de un trabajo. Es terrible, pero es la realidad. Matar gente es un trabajo; patrullar, caminar, andar armado es un trabajo. Así como es el de los soldados, lo fue para muchas personas que no tenían otra opción.

¿Cómo fue el proceso investigativo?

Leí mucho sobre todo lo que encontré acerca del conflicto armado colombiano, todo lo que encontraba, porque la mayoría de escenas que están ahí no son mías, yo no me las inventé. Ojalá tuviera esa imaginación y ojalá no fueran reales, pero lo del gato cosido está en un libro de Alfredo Molano sobre la violencia. Esas imágenes salieron o de libros o de reportería que yo había hecho.

Pero Jaguar va más allá de esa violencia. Es la historia de un hombre y su mascota en medio de la selva y del conflicto...

Sí, quería narrar un lado del conflicto que no se toca mucho: el día a día. Sentía que no lo había visto mucho en literatura. Me interesaba mucho la relación entre la naturaleza y nuestras acciones como humanos, porque muchas veces asumimos que estamos por fuera de esa naturaleza, que pertenecemos a un mundo civilizado que ya es ajeno a la violencia.

¿Cómo fue la construcción de esas escenas violentas?

La característica número uno fue que me impresionaran, que se sintieran como un golpe y que me dolieran. La mayoría también tenían que estar ligadas a animales. Y escribirlas fue duro. Fue difícil. No tanto a la hora de escribirlo, sino a la hora de pensarlas y de darles vueltas. Uno no quiere vivir tanto tiempo pensando en cómo tiene que ser que le abran el estómago a alguien y coserlo para meterle un gato que siga vivo.

¿Y cómo fue el proceso de creación de Martín y de su hermano, Arturo?

Creo que lo que más me interesaba es que, en parte, yo hubiera podido ser alguno de ellos. Y suena terrible, teniendo en cuenta las atrocidades que hacen, pero es algo que hay que reconocer para poder entender un poco lo que es el conflicto: que no se trata solo de monstruos, psicópatas y sociópatas, sino que la mayoría de los que han estado metidos en el conflicto son gente común y corriente. Yo creo que acá ni siquiera hay ideología, hay supervivencia.

En medio de tanto dolor, Ronco aparece como un cuidador, también es un observador, un explorador no tan agresivo...

Sí, lo que lo cuida es lo salvaje, es lo violento, lo agresivo. Creo que los animales igual sienten amor por uno en un sentido diferente al nuestro, pero creo que en algún momento eso se hubiera desbalanceado y Ronco, seguramente, se hubiera ido y hubiera dejado a Martín. Él es joven todavía y al final creo que no habría terminado bien para ninguno.
Wills tiene una maestría en Escritura Creativa de la U. de Nueva York.

Wills tiene una maestría en Escritura Creativa de la U. de Nueva York. Foto:César Melgarejo/ EL TIEMPO

¿Cómo logró esa descripción tan detallada en las escenas de Ronco?

Quería tener la perspectiva del Jaguar y hay un camino fácil, que no me interesaba porque era hacer un poco trampa, que es antropomorfizar todo el personaje. Yo quería pensar cómo piensa un jaguar. Vivimos mundos diferentes, pero compartimos muchas cosas. Nosotros tenemos una vida muy ligada a los conceptos abstractos, a imaginar cosas. La de Ronco tenía que ser mucho más aterrizada en ese aquí y ahora, por eso hay tanto de los sentidos: qué está oliendo, qué está sintiendo, que está escuchando, qué está tocando, qué está percibiendo. A veces percibe cosas que son un poco sobrenaturales, pero es parte del juego de la novela.

¿Cuál fue el mayor reto de la novela?

A veces la gente cree que fue Ronco, pero es el que más disfruté y creo que es la voz que puedo describir y habitar con mayor facilidad. Martín, de hecho, fue quizás el que más me costó porque quería que fuera muy frío y al mismo tiempo que no fuera del todo inhumano. Y la que me costó mucho trabajo porque era muy difícil no hacerla sentir acartonada fue Iguana, la política.

¿Con qué sensación quedó al final de escribir Jaguar?

Inicialmente, un profundo alivio, aunque es un momento en que uno pone el punto final y siente que lo dejó de escribir, pero no es cierto. Uno vuelve y corrige y reescribe. Entonces, después de ese alivio viene un momento de miedo por saber que voy a tener que volverlo a leer y me voy a dar cuenta de todas las falencias que tiene.

¿Qué es lo más importante al hablar de la guerra?

No caer en lugares comunes, evitar las simplificaciones y poder imprimir todos los claroscuros posibles, y hacer que la gente dude de sus ideas preconcebidas y que ojalá logre identificarse, así sea fugazmente, con ese victimario, para luego poder echarse para atrás y no simplemente decidir que tiene que morir por haber hecho lo que hizo, sino tratar de comprender de dónde vino tanta maldad. Porque ese instinto de “estas personas tendrían que morir” es justamente lo que sigue alimentando esta clase de conflictos.
ANDREA CAROLINA TAPIA GODOY
EL TIEMPO

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