“Un afiebrado por el deporte”: así se describe Ómar López, un hombre de 47 años que, a lo largo de su vida, ha estado acostumbrado a no perderse ni un fin de semana para jugar fútbol con sus amigos o salir a trotar con su pequeño hijo de 7 años.
Por eso lo tomó por sorpresa el diagnóstico en el que le indicaban que padecía de asma. “Todo comenzó con un dolor de garganta leve que se fue haciendo más agudo. Después llegó la tos involuntaria, seca y persistente que me sorprendía en cualquier momento”, cuenta Ómar.
Comenzó a ahogarse. No podía terminar los partidos ni seguirle el ritmo a su hijo. Algo había cambiado en él, pero aún no lograba dimensionar cuánto.
Lo descubrió cuando se dio cuenta de que no solo su actividad deportiva como aficionado resultaba afectada. Su matrimonio entró en crisis y tuvo que dejar su trabajo a causa de los embates de la enfermedad. Apenas tenía 39 años.
El declive continuó. Tanto así que a los 42 años vivió el punto álgido de su enfermedad: una hospitalización de dos semanas.
“Nunca pensé que tendría que pasar por algo así. El ahogo fue peor que nunca y tuve que salir corriendo a urgencias. Tuvieron que hospitalizarme y ponerme oxígeno porque se me cerraban los bronquios y no me entraba aire . Duré semanas así, en las que incluso debía dormir sentado”, recuerda el hombre de 47 años.
Superó la hospitalización, pero las cosas no mejorarían aún. Entró en depresión, se engordó y empezó a ser acechado por un nuevo enemigo, silencioso pero mortal: el covid-19. Todos se lo decían: “Si te contagias, con tu condición, seguro te mueres”.
Había dolores, miedo y sentimiento de derrota. Pero si algo enseña el deporte es que uno nunca debe bajar los brazos. Que siempre hay un último minuto en el que es posible revertir la situación, darle la vuelta al juego.
Con determinación, Ómar se aferró a esa esperanza, a ese posible milagro, y cambió su actitud. Transformó la resignación en optimismo. Como se diría en el fútbol, dejó de esperar y salió al ataque.
La remontada
Hasta el momento, los tratamientos recibidos por Ómar habían sido apenas paliativos: inhaladores, oxígeno… lo de siempre. Sin embargo, como estaba dispuesto a no dejarse derrotar, cambió radicalmente de estrategia.
Con esperanza y persistencia, salió en busca de uno de los mejores neumólogos de Bogotá. Su agenda vivía llena y parecía imposible conseguir una cita, pero gracias a su determinación (y, por qué no decirlo, terquedad), Ómar logró abrirse un espacio en su consulta.
El profesional de la salud no le mintió: la situación era grave, pero había posibilidades. Le recetó un efectivo tratamiento de inyecciones, un biológico, y le prometió acompañarlo irrestrictamente. Ómar se comprometió a seguir todas las indicaciones, y fue así como arrancó la remontada.
Como en el fútbol, la disciplina fue fundamental para empezar a conseguir resultados. Después de muchos años pudo volver a su pasión: el deporte. Volvió a jugar fútbol y las lágrimas se le salían de emoción cuando se daba cuenta de que, nuevamente, era capaz de jugar un partido entero.
Sin embargo, el momento más memorable lo vivió un día con su hijo: “Me pidió que saliéramos a correr. Yo estaba dudando y hasta sentí miedo porque llevaba tiempo sin hacerlo. Pensé en negarme, pero al final sentí un impulso que me decía que yo era capaz, que era posible recuperar mi vida”.
Salieron. El aire entró fácilmente por sus pulmones, se sintió fuerte y empezó. El sentimiento de libertad nunca lo había sentido tan fuerte y real. El corazón se le hinchó de alegría cuando corrió emocionado bajo el sol, pero el mayor premio lo obtuvo cuando miró a su lado: ahí estaba su hijo, quien, con una sonrisa plena y una mirada conmovida, le demostraba la dicha de estar a su lado.
Trabajo en equipo
Si algo enseña el deporte es que hay que aprender a jugar en equipo. Ómar lo entendió así y empezó a hacer algo que la resignación y el miedo no le habían permitido: apoyarse en los demás.
Con el médico, Ómar sumó a su primer coequipero. También estaban los amigos con los que jugaba fútbol y, claro, su incondicional compañero de trote: su hijo. Pero faltaba alguien más: su esposa.
“Me di cuenta de que no estaba solo. Mi esposa ha sido esencial en mi proceso. Por el lado económico fue clave porque yo no podía trabajar. Pero sobre todo está el lado moral. Ella me impulsó, me convenció de que era posible salir adelante”, recuerda Ómar.
No ha sido un camino fácil; algunas veces puede haber crisis, pero Ómar ya ha aprendido a manejarlas. Ha recobrado su vida lleno de actitud y ánimo. Hoy ve a su hijo, a su esposa y a sus amigos y sabe que cuenta con el mejor equipo, y que le sobran motivos para seguir dando lo mejor hasta el último minuto.
MAT-CO-2300629-03/2023