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El abogado Edwin Peña se fue sin su ritual pacífico

Deja la imagen de un humanista servicial en el ICBF. Su esposa dice que se contagió trabajando.

El pasado 12 de marzo la vida cambió a este orgulloso hijo del Chocó.

El pasado 12 de marzo la vida cambió a este orgulloso hijo del Chocó. Foto: Archivo particular

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La despedida a Edwin David Peña Gil debió ser rodeada de su entrañable familia chocoana, sus compañeros de estudio y profesión en Cali, sus alumnos y su esposa, Paola.
Debió acompañarlo una chirimía de Rancho Aparte o Saboreo, a la usanza de la gente de su Pacífico. Que se pusiera a sonar esa salsa ‘Tres días’, de Alex Abreu, esa que dice:
“Tan solo hace tres días /he recibido una nota /que me rompió el corazón /Y yo te pido mi bien /recapacita y haz otra, otra…/ Tu amor es como un 'boumerang'/ que se va y regresa".
Pero no. El carro con su féretro salió solitario de la clínica donde soportó una semana el ataque de ese fantasma llamado coronavirus, y sus cenizas se fueron directo a un camposanto de Cali.
Paola Pérez, la palmirana de la que se enamoró en una tarde del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez 2010, no pudo ir a despedirlo. Se quedó con la imagen de un ser espiritual que no negaba sus servicios a los demás, un hombre feliz. Ella dice hoy que su muerte se pudo evitar si hubiera primado la vida.
Este abogado y docente nació en el hogar de Mariela Gil, una funcionaria de la justicia de Itsmina (Chocó); y del licenciado en ciencias sociales Manuel Antonio Peña, ya fallecido. Era uno entre ocho hermanos.
A los 18 años llegó a Cali a seguir la misma carrera de su padre. Se graduó y se especializó en medio ambiente. Pasó a la docencia en colegios arquidiocesanos. Cada que salía a la calle no le fallaba el “¿Qué hubo, profe?” de algún alumno.
Solo que en el corazón, Edwin no abandonó el sueño de ser abogado, y la primera persona que lo apoyó fue la mamá, ese amor eterno. Y lo logró. Siguieron especializaciones en derecho istrativo y constitucional.
El 18 de agosto de 2012, en un Petronio, conoció a Paola Pérez, una terapeuta vinculada a una empresa de salud. Seis días después ya eran novios y nunca más se separaron. "Edwin me ayudó a criar a mi hijo Sebastián, quien tenía 12 años, y que ahora sueña ser abogado, como él”, dice ella.
Por esa época, el abogado Peña entró bajo contrato de prestación de servicios jurídicos al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) Valle, dirigido entonces por su paisano Jhon Arley Murillo, hoy representante a la Cámara. La disciplina y los conocimientos, a través de concurso de méritos, le permitieron convertirse hace unos cuatro años en defensor de Familia.
De esa tarea se mostraba orgulloso. Pero el pasado 12 de marzo la vida cambió. Sintió molestias respiratorias y comentó en casa que estuvo en el mismo sitio con alguien agripado que había compartido un evento con personas de España y Estados Unidos en un hotel. También atendió una familia colombiana procedente de Chile, uno de cuyos integrantes mostraba síntomas similares.

El contagio

Foto:Archivo particular

Peña siguió asistiendo a la oficina, donde no había mensajes de alerta ni elementos de protección, dice su esposa. El domingo 15 dijo que no iría a trabajar porque se sentía mal. “Será que tengo el coronavirus”, comentó, y ella le dijo que no hablara de eso “porque las palabras tienen poder”.
El miércoles 18 de marzo llamaron a la línea del covid-19. Les dieron unas recomendaciones. El sábado 20 de marzo volvieron a comunicarse y después de unas preguntas les dijeron que estaban manejando bien la situación.
El lunes 23, Edwin aseguraba que no podía más y lo llevaron a la clínica. “La atención fue inmediata y el examen salió positivo para el virus. Lo internaron en Cuidados Intensivos. Hacia el personal de salud solo tengo gratitud”, dice Paola, quien se derrumba cuando afirma: "Estoy segura de que él se contagió trabajando".
El reporte médico señala que el paciente se siguió agravando. El lunes 30 de marzo, faltando 10 minutos para las 2:00 de la tarde, el paciente no pudo más y murió. Mientras que en Itsmina (Chocó) la familia oraba, Heiler, hermano de Edwin, siempre estuvo cerca y fue el único que lo pudo acompañar el sepelio.
La familia y los compañeros en el ICBF siguen esperando una investigación para determinar cómo se contagió Edwin.
Paola afirma que le quedó pendiente una maestría en derechos humanos, porque el estudio estaba en su filosofía de vida. De él aprendió a querer la cultura del Pacífico, la música y la gastronomía. También, que no se puede renunciar a los sueños.
La música marcó el ritmo alegre de la vida de este hombre.

La música marcó el ritmo alegre de la vida de este hombre. Foto:Archivo particular

Ella no olvidará a su bailarín en los San Pacho de Quibdó o en la Virgen de las Mercedes de Istmina, ese que se sonreía y cantaba: "Esta es la historia del duende/ Duende loco y divertido / Que se voló con la diabla / Para bañarse en un río”.
O esa salsa de: "Llevo tres días muriendo/ Agonizando de amor/ Y ¿qué puedo hacer? /Si se me ha ido la vida/ Se fue mi esperanza / sigo sufriendo por esa mujer".
Para ella, él fue un hombre que disfrutó la vida de principio a fin. Que se marchó pronto, pero al que algún día le brindarán el funeral digno de un gran hijo, hermano, tío, primo y compañero que enseñó cómo el amor sí es verdad.
JOSÉ LUIS VALENCIA
REDACCIÓN EL TIEMPO
CALI

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