Desempleado y abandonado por los grupos ultraconservadores de su país, Steve Bannon, el siniestro exconsejero de Donald Trump, viajó a Europa a “construir la infraestructura global del movimiento populista global”. Su expediente es, en el mejor de los casos, mixto. Si bien su estrategia de campaña para Trump fue brillante, antes y después de este triunfo su carrera ha estado llena de fracasos.
Durante un tiempo fue consejero de la inefable Sarah Palin, la excandidata a la vicepresidencia del país que presumía de su conocimiento sobre Rusia porque desde la ventana de su casa en Alaska podía ver la península de Kamchat-ka.
Su mayor derrota personal, sin embargo, fue que lo corrieran de su puesto como estratega en jefe de la Casa Blanca por sugerir que la reunión de Donald Trump jr. con un abogado ruso conectado con el Kremlin era “una traición”.
Una vez fuera de la Casa Blanca, los dueños de Breitbart News, un sitio web de noticias amarillista y ultraconservador, lo destituyeron de su puesto como presidente ejecutivo y le quitaron su programa de radio en Sirius XM, la potente plataforma de radio satelital.
El populismo es un síntoma de la democracia en problemas, pero el fascismo sucede solo cuando el sistema democrático entra en crisis.
Con estas credenciales partió a Italia a celebrar el triunfo de los partidos anti-Unión Europea y antiinmigrantes, y, aunque no pudo reunirse con los dirigentes del Movimiento 5 Estrellas ni de la Liga Norte, aprovechó la ocasión para criticar la postura proinmigrante del papa Francisco.
Luego viajó a Zúrich (Suiza), donde tuvo una reunión privada con el liderazgo del partido de ultraderecha alemán Alternativa para Alemania en la que ofreció sus servicios como experto en medios alternativos. También en Zúrich dio un discurso en el que abogó por una “revuelta popular”, exhortación que no cayó bien en Suiza, un país que, sobre todas las cosas, aprecia la estabilidad política.
En Lille (Francia) fue a darles ánimo a Marine Le Pen y a los derrotados militantes del Frente Nacional; anunciando que “la historia está de nuestro lado”, los exhortó a llevar “como una medalla de honor” que los llamen racistas y xenófobos.
Según Bannon, la batalla de este siglo ha dejado de ser una lucha entre izquierdas y derechas para convertirse en guerra entre nacionalistas y globalistas. Para Bannon, el fortalecimiento de la Unión Europea es un riesgo para la civilización de Occidente porque diluye la identidad nacional y porque sus políticas fronterizas permiten que el islam invada a Occidente poco a poco.
El populismo es un movimiento que pretende representar la verdadera voluntad de un pueblo unificado contra las élites nacionales, los inmigrantes, las minorías étnicas, religiosas o sexuales. Hoy, en Europa, hay gobiernos populistas desde el mar Báltico hasta el Egeo pero no en Europa occidental.
Sin embargo, la pregunta más preocupante es: ¿existe una correspondencia entre el populismo y el fascismo? No lo creo. Aunque tienen rasgos en común: el nacionalismo exacerbado, el culto al líder carismático, su desprecio a las instituciones democráticas y a los medios de comunicación tradicionales, la demonización de los inmigrantes, la xenofobia no son lo mismo.
¿Representa el populismo una amenaza a la democracia? Sin duda. Por ello, el mejor antídoto contra los populismos es el fortalecimiento de las democracias reduciendo la desigualdad, evitando el deterioro de las comunidades, el estancamiento de los salarios, la paralización de los congresos, el respeto a las instituciones, a la diversidad, a los procesos electorales, a los medios de comunicación establecidos.
El populismo es un síntoma de la democracia en problemas, pero el fascismo sucede solo cuando el sistema democrático entra en crisis. Bannon es un populista hecho y derecho, pero es apenas un aspirante a fascista.
SERGIO MUÑOZ BATA