No voy a hablarles del imparable ascenso en el mundo de los descarados mercachifles del populismo de derecha. Hoy voy a hacer algo que me había prometido a mí mismo evitar: referirme a Álvaro Uribe Vélez, y renunciar a creerme el cuento de que el Centro Democrático era algo más que una ciega parvada volando a discreción de su caudillo. Pero la pluma, como la carne, es débil. Los últimos acontecimientos en la política –a cargo del uribismo– deben tener perplejos a los colombianos.
El expresidente se ha dedicado a abandonar a su vástago; a dejarlo en absoluta orfandad política. El último episodio fue el sorpresivo pronunciamiento del Centro Democrático. El proyecto de reforma tributaria del Gobierno queda en una posición muy precaria con el rechazo del uribismo. Este es el último eslabón de una cadena de zancadillas que le ha puesto Uribe, y su apéndice partidista, al gobierno Duque.
No nos olvidemos cómo Uribe salió con una disparatada –pero efectista y populista– propuesta de subir el salario mínimo de un jalón y de manera extemporánea, sabiendo perfectamente que eso dispararía la inflación y crearía un desbarajuste en la economía nacional.
Y se paró en las de atrás con el referendo anticorrupción, el cual desestimó y trató de descuartizar. El primer mandatario actual respondió a ese desafío como un estadista, respaldando y defendiendo la lucha contra la descomposición institucional, invitando a todos a votar en el referendo. Posteriormente, muchos de los voceros del Centro Democrático en el Legislativo han sido cómplices –activos y pasivos– del desmantelamiento de las iniciativas acordadas en el ‘Pacto contra la corrupción’, liderado por Duque.
En cuanto a la paz, hizo aprobar una reforma de la JEP para partir en dos esa jurisdicción, algo que nadie quería, mucho menos los propios oficiales de las Fuerzas Armadas. Eso fue un acto de oportunismo destinado a ganarse a los militares y policías de la patria, al igual que para cumplirle a la ultraderecha el ofrecimiento electoral de descarrilar el proceso de paz. A eso súmele los supuestos descaches de uribistas purasangre como el mindefensa Guillermo Botero y el embajador Francisco Santos, que han obligado a Duque a rectificar.
¿Todas estas situaciones son simples movidas tácticas, descaches o torpezas de Uribe y de sus muchachos en el Congreso y en el Ejecutivo? No creo. Uribe no tiene un pelo de tonto en los asuntos de la política. Solamente el que tiene su propia agenda personal, como es el caso de él, es capaz de poner en riesgo la viabilidad financiera y macroeconómica del país; o dejar colgado de la brocha a su presidente; o arriesgar la paz; o diluir la lucha contra la corrupción. Este comportamiento no es gratuito. Insisto, algo se trae Uribe entre manos.
Los aparentemente inexplicables comportamientos y pronunciamientos tienen una sospechosa correlación con la cadencia resolutoria de los procesos contra Uribe en la Corte Suprema y en otras instancias. Igualmente, los disparates parecen moverse al ritmo de las encuestas. Muchos de los pronunciamientos del uribismo son parte de su esfuerzo por detener la estrepitosa caída de su favorabilidad. Hasta se disfrazó con piel de oveja y convocó a sus archienemigos a departir amablemente sobre la JEP. Es como si Batman decidiera irse de juerga con el Guasón.
Pero el secreto mejor guardado es que a Uribe le importa un bledo que el presidente Duque tenga éxito. Mucho menos a costa de su popularidad y de la viabilidad electoral de sus protegidos en las elecciones regionales que se avecinan.
‘Dictum’. La cancelación de la visita de Trump. ¿Un triunfo de la diplomacia en Washington?
GABRIEL SILVA LUJÁN