Steve Bannon, que abandonó la Casa Blanca, fue desde la campaña electoral el enlace de
Donald Trump con el populismo, que le dio alas, y la extrema derecha, que se sintió envalentonada por su ascenso,
un provocador ideólogo que soñaba con dinamitar desde dentro las dinámicas del poder estadounidense.El estratega jefe de la Casa Blanca, también llamado ‘Rasputín’, se consideró siempre un forastero en el ala oeste, un revolucionario que había llegado al poder y debía navegar entre elementos hostiles para cambiar radicalmente al Partido Republicano y combatir a los burócratas y las regulaciones que, según él, descarrilan al país.
Bannon estaba tan convencido de lo quijotesco de su misión que, en una de sus entrevistas, pronosticó que duraría unos ocho meses en la Casa Blanca, una marca que no alcanzó por un mes y dos días.
Astuto y discreto, el asesor más populista de Trump se convirtió en los primeros días del mandato en un blanco fácil para la oposición demócrata, dada su reconocida influencia en el polémico veto migratorio del mandatario y su presencia temporal en las exclusivas reuniones sobre seguridad nacional en la Casa Blanca.
El polémico asesor, de 63 años, que fue el último jefe de campaña de Trump y supo traducir en votos el desencanto de los blancos de clase trabajadora, se instaló en enero en una pequeña oficina cerca del Despacho Oval, la despojó de muebles y colgó en una de sus paredes una pizarra blanca.
En ella anotó todas las promesas que Trump hizo durante la campaña, con la idea de ir tachándolas según las cumpliera y convertirse en el guardián de los votantes a los que el mandatario había convencido con un discurso redactado, en buena parte, por Bannon y otros profetas de la derecha populista llamada ‘alt-right’.
Bannon no pudo tachar muchas promesas, aunque tuvo el placer de dibujar una gran cruz sobre la palabra ‘París’ cuando Trump anunció la retirada del
acuerdo sobre cambio climático firmado en esa ciudad, una decisión que supuso, probablemente, el mayor triunfo del estratega jefe en su efímero paso por la Casa Blanca, pero gran descrédito para Trump.
La imagen maquiavélica que tanto repugnaba a los demócratas acabó desgastando poco a poco a Bannon, hasta que obligó a su salida.
EFE