Casi el 50 por ciento. Es el número de funcionarios de alto nivel que han abandonado la istración republicana de
Donald Trump desde que se posesionó como presidente de EE. UU. en enero del 2017.
Y como mucho de lo que ha sucedido en su aún joven ‘reinado’, se trata de una cifra sin precedentes en la historia que tiene a más de uno con los nervios de punta ante la inestabilidad y zozobra que eso implica en materia de gobernabilidad.
Para ponerlo en contexto, a los dos años de su mandato (a Trump aún le falta bastante para llegar a este punto)
Barack Obama había reemplazado el 24 por ciento de su equipo, mientras que George W. Bush, su antecesor, el 32. Y con un agravante adicional: a diferencia de istraciones anteriores, que por lo general reemplazaron a parte de su personal por razones estratégicas y de manera ordenada,
lo de Trump ha sido caótico y guiado por su explosivo temperamento. A diferencia de istraciones anteriores, que por lo general reemplazaron a parte de su personal por razones estratégicas, lo de Trump ha sido caótico y guiado por su explosivo temperamento
En total ya son 22 funcionarios de alto nivel los que han salido durante este período. En su mayoría envueltos en escándalos de abuso y corrupción. Pero otros han sido destituidos de manera fulminante por un presidente que a veces parece estar todavía al frente de ‘El Aprendiz’, el ‘reality’ de televisión que lo volvió famoso y donde se jactaba al despedir a los participantes.
“No solo no hay precedentes de cambios y destituciones como las que estamos viendo, sino que genera un efecto dominó, pues cuando se despide una persona de alto nivel por lo general salen los funcionarios con los que este trabajaba de cerca porque el nuevo trae a su propio personal”, sostiene Kathryn Dunn, experta en el proceso de transición de la Casa Blanca y que trabaja en el Brookings Institution.
El último en caer fue el secretario de Estado
Rex Tillerson, al que despidió esta semana a través de un tuit en redes sociales. La semana pasada fue Gary Cohn, su asesor económico de cabecera, que renunció en protesta por las tarifas al acero y al aluminio que Trump decretó de manera unilateral. Y de allí para atrás la lista es enorme. Entre ellos el asesor de seguridad nacional,
Michael Flynn; el secretario de Salud, Tom Price; el jefe de gabinete, Reince Priebus; el estratega en jefe,
Steve Bannon; la directora de comunicaciones, Hope Hicks; el director del FBI,
James Comey, etc.
Todo indica, además, que Trump estaría a punto de destituir a varios de sus más cercanos colaboradores. Se dice, por ejemplo, que el general H. R. McMaster, actual asesor de seguridad nacional, estaría de salida. Lo mismo se habla de secretario para Asuntos de Veteranos, David Shulkin, y del secretario de Desarrollo Urbano, Ben Carson. Ambos por incurrir en gastos suntuosos que han caído muy mal ante un electorado al que le prometieron austeridad. Y también estarían en la cuerda floja el fiscal general, Jeff Sessions, y el jefe de gabinete, John Kelly.
En gran parte, dice Dunn, la culpa es del mismo Trump por rodearse de personas sin experiencia que no han dado la talla y desconocen el manejo de la burocracia. “El resultado ha sido una profunda desestabilización dentro de las instituciones que está provocando un caos de gobernabilidad”, sostiene la experta que acaba de publicar un reporte sobre el tema. Y lo que viene hacia adelante no parece ser mejor.
El resultado ha sido una profunda desestabilización dentro de las instituciones que está provocando un caos de gobernabilidad
Una lista de enemigos
Trump llegó a la Casa Blanca con una larga lista de “enemigos” que lo cuestionaron durante la campaña presidencial y que, por lo tanto, fueron vetados en su gobierno. Pero entre ellos estaban, precisamente, muchas de las mejores mentes del establecimiento republicano. En su lugar, el presidente acudió a un equipo B compuesto por amigos o personas de trayectoria solo en el sector privado, como Tillerson.
Y son también cientos los funcionarios de carrera que están saliendo voluntariamente de la istración en protesta por las políticas del presidente y muy pocos los que desean ingresar a un proyecto que desde afuera se ve a punto de colapsar.
Así mismo, el presidente ha dejado claro que no acepta el disenso y su tendencia, por lo tanto, es a rodearse de un grupo cada vez más reducido de personas a las que puede controlar. Algo de eso se vio con la selección de Mike Pompeo como secretario de Estado –tiene muy poca experiencia en política exterior– y Larry Kudlow, como asesor económico, pese a que su actual trabajo es ser comentarista de televisión para la cadena CNBC.
Una situación que en su conjunto preocupa dado el enorme poder que está atado a la Oficina Oval y el impacto a nivel mundial que conllevan sus decisiones. Aunque a Trump parece no importarle e insiste en que el caos es un invento de medios, la opinión pública ha estado tomando nota: menos del 40 por ciento aprueba su gestión, la cifra más baja registrada por un presidente de EE. UU. al año de su mandato. Y ya se está reflejando en las urnas.
Este martes, Conor Lamb, un demócrata por el que nadie daba un peso, derrotó al republicano Rick Saccone en las elecciones especiales que se llevaron a cabo en Pensilvania para llenar una curul en la Cámara.
Se trata de un golpe tremendo contra el presidente y su partido pues lo que estaba en juego era un distrito en el que los demócratas no ganan hace 15 años y que Trump se llevó por más de 20 puntos porcentuales en las elecciones del 2016.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal EL TIEMPO
Washington